La nueva película del prolífico César González toma como protagonista a una chica que se mete en problemas al robar algo en la imprenta en la que trabaja. Honesto e intenso relato sobre la vida en los barrios marginales del Gran Buenos Aires.
Los relojes tienen un peso específico fundamental en la historia y en la vida de la protagonista de este nuevo film del realizador de LLUVIA DE JAULAS. Es el que la despierta cada mañana muy temprano (bueno, ahora es la alarma del celular, pero el asunto es el mismo) para ir a trabajar a la imprenta en la que limpia durante una enorme cantidad de horas desde lugares de trabajo hasta mugrosos baños. Es el que marca los horarios de entrada y salida del tiempo todo entero de vida que parece tener para vivir: es un de casa al trabajo y del trabajo a casa versión siglo XXI. Y es un reloj también, en cierto momento, el disparador concreto del conflicto dramático que domina la segunda parte del film.
Este film que tiene lugar en la zona sur del conurbano bonaerense –en el Barrio San Jorge de Villa Domínico– se presenta como un relato sobre el tiempo, sobre el poder y sobre quién controla ambas cosas. La protagonista (a la que nunca se nombra pero está interpretada por la coguionista Nadine Cifre) vive sola, pasa horas esperando un colectivo para ir y para volver, no parece tener vida fuera del trabajo, fuma compulsivamente y su único pasatiempo es tomarse un vino en la puerta de un kiosco. Lo demás: una imprenta con máquinas que siguen y siguen (González filma muy bien esa rutina mecanizada de manos, aparatos y procedimientos), un jefe (Edgardo Castro) que siempre parece estar al borde del acoso y la sensación de prisión abierta que incluye, además, los propios condicionamientos de la pandemia, con sus barbijos y (pocos) cuidados.
Lo que parece ser un film sobre el trabajo mecánico da un giro en un momento a partir de un pequeño delito que dispara a RELOJ, SOLEDAD a tomar las características de una especie de thriller. Habrá tensión, alguna persecución, fugas y la sensación de que cualquier mínimo desliz en el sistema produce una cadena de infortunios a los involucrados. No parece haber salida posible de ese encierro: el «robo del tiempo» termina siendo un intento de metafórica venganza para un sistema que, fundamentalmente, se queda con el nuestro. En este barrio popular del Conurbano, además, hay reglas y códigos que, si se rompen, las consecuencias pueden ser muy graves.
Cifre lleva la película adelante casi sola, con pocos diálogos, casi como una «Rosetta» del Gran Buenos Aires, cometiendo imprudencias y errores en su intento, quizás también, de darle alguna emoción a su vida –especialmente en medio de una pandemia que dificulta la sociabilidad– sin medir demasiado las consecuencias. Erica Rivas encarna a su madre con la que tiene una complicada relación, dentro de un elenco de actores no profesionales.
González pinta su universo de manera honesta, cruda, sin condescendencia ni patetismo, poniendo la cámara como testigo casi a escondidas de las experiencias de la protagonista y con algunos planos característicos suyos que apuestan a un registro un tanto más poético. Minimalista pero de amplias resonancias, RELOJ, SOLEDAD es finalmente una historia sobre quién tiene el poder y quién controla los tiempos en una sociedad en estado de permanente supervivencia.