Un cuadro que se convierte en alegato
El realizador galés retoma una vieja obsesión y convierte a la pintura La ronda de noche en el continente de “cincuenta misterios” a desentrañar. Pero algunas manipulaciones y teorías confunden el panorama, y a veces parecería que el director habla de sí mismo.
Peter Greenaway tiene obsesiones duraderas. Un cuarto de siglo después de El contrato del pintor (1984), aplicó la misma idea –un cuadro que esconde el secreto de un crimen– a personajes y circunstancias históricos. En Nightwatch (2007, inédita en Argentina), Rembrandt van Rijn era perseguido por sicarios de la alta sociedad holandesa, a quienes según la ficción habría denunciado por un crimen cometido poco antes. Denuncia que, artista al fin, Rembrandt no habría presentado en un tribunal, sino en clave, en su obra maestra entre obras maestras: La ronda de noche, exhibida por primera vez en 1642. Al año siguiente de Nightwatch, Greenaway decidió convertir aquella ficción en denuncia concreta.
Siguiendo los pasos del Rembrandt que imaginó en Nightwatch, el autor de El vientre del arquitecto no realiza la denuncia ante un tribunal, sino en forma audiovisual. Elegida como puntapié inicial del ciclo “El documental del mes”, que presentará mes a mes documentales de estreno, en Rembrandt’s J’accuse el realizador de El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante expone su teoría directamente a cámara, en medio del más abigarrado flujo de imágenes y técnicas digitales, fusionando el alegato jurídico, la clase magistral, la audioguide de museo y el especial de cable en edición de luxe. “El modo de resolver el misterio es ver La ronda de noche como una acusación de asesinato”, dictamina Gree-naway de entrada, aprovechando que el espectador no tiene voz ni voto y sumándole de allí en más a los roles de guionista y realizador los de detective, fiscal, juez, jurado, conductor, actor, historiador del arte y erudito. Pero sobre todo el de hermeneuta, que le permitirá desentrañar los “50 misterios” (sic) que La ronda de noche escondería.
Por algún motivo que no se explica (¿falta de tiempo, de espacio, descuido, capricho liso y llano?), de aquellos 50 misterios el expositor va a detallar sólo 30, que pasan a constituirse en capítulos de Rembrandt’s J’accuse. Con tono profesoral deliberadamente exagerado, el galés va del gran contexto histórico al detalle infinitesimal, poniéndole nombre a cada uno de los treinta y cuatro personajes de La ronda de noche y practicando sobre el gigantesco cuadro toda clase de recortes, reencuadres, intervenciones y variaciones visuales. Por momentos, el hiperminucioso análisis estético, histórico y detectivesco echa luz sobre aspectos de la obra de Rembrandt y sus circunstancias. En otros, arrastrado por el deseo de demostrar la tesis a como dé lugar, el sabueso artístico se entrega a una arbitrariedad y parcialidad absolutas.
Como el resto de la obra de Gree-naway, Rembrandt’s J’accuse reduce al espectador a la condición de receptáculo de un volumen de información de lo más diverso, caprichoso y abrumador, tanto en términos textuales como visuales. Tras señalar que la alta sociedad holandesa de la época condenó a Rembrandt al olvido, en revancha por la acusación que el cuadro representaría, el expositor proclama, desde el reencuadre en el que se ha inscripto a sí mismo: “Es imperativo reabrir el caso”. ¿Imperativo por qué? ¿Reabrir el caso para qué?, podría preguntarse el espectador. ¿Para condenar a los presuntos culpables, cuatrocientos años más tarde? Daría la impresión de que la intención de Greenaway es en el fondo otra.
Al calificar a Rembrandt de genio barroco, grandilocuente, arrogante y autoindulgente (pero genio al fin), al hacer hincapié en que en el curso de su carrera el autor de La lección de anatomía pasó de la fama, la celebridad y el encumbramiento al olvido y el desprestigio, Greenaway –cuya modestia lo llevó a considerarse, alguna vez, “reinventor del cine”– tal vez esté aludiendo veladamente a sí mismo y a la cambiante recepción de su obra, a lo largo del último par de décadas. “Reabrir el caso” sería, entonces, reabrir el caso Greenaway, en función de restituirle la genialidad arrebatada. El peligro es que, por su propia forma y contenido, el alegato termine convenciendo al jurado de lo justa que había sido aquella condena.