VIVIR Y DEJAR MORIR EN MIAMI
Cuenta Lisa Joy en casi todas las notas relacionadas con su opera prima -la cual nació del primer guion que redactó- que siempre pensó a Hugh Jackman en el rol de Nick Bannister, el investigador privado y principal protagonista de Reminiscencia. Lógicamente, pudieron contactar al estelar australiano gracias al contacto de Jonathan Nolan (productor asociado y también esposo de Joy), quien ya había trabajado previamente con él mientras, junto con su hermano, pulían el libreto para esa adaptación cinematográfica eventualmente titulada El gran truco.
Si bien el gran papel femenino terminó en manos de Rebecca Ferguson, la directora no se privó de brindarle un protagónico muy particular a su amiga Thandiwe Newton, la responsable de dar vida a la que tal vez sea la mujer en acción más laureada de la serie Westworld, a cargo, precisamente, del matrimonio Joy-Nolan y de la cual la realizadora en cuestión ha podido dirigir uno de los episodios en su segundo año.
La película se postula como un thriller, con pinceladas de noir e insertado en la ciencia ficción, manifestada en una Miami distópica y una Nueva Orleans (un tanto bondiana al estilo de Roger Moore) como su mundo alterno. En el apartado técnico habrá muchas comparaciones inevitables, quizás la más hermanada sea la Minority Report de Steven Spielberg, pero con tres notables diferencias: acá el protagonista debe emplear un dispositivo tecnológico para investigar recuerdos, no premoniciones; estos recuerdos se proyectan en hologramas, en vez de pantallas cristalizadas; y por último, lo más destacable en este aspecto, en el set de rodaje esos hologramas son reales, no efectos visuales.
En cuanto al lenguaje técnico propio de la realización cinematográfica, los primeros minutos de Reminiscencia inician con un plano secuencia sostenido por un breve paneo vertical y un travelling in permanente. Una declaración de principios mediante la cual Lisa Joy se distancia de los encuadres y la progresión de planos empleadas por Christopher Nolan, particularmente desde que empezó a usar constantes cámaras en mano, y experimentó sus primeros acercamientos silenciosos con las cámaras IMAX, en la ya mencionada y única película suya protagonizada por Jackman.
Con esto no decimos que por el proceder técnico de su cuñado seamos testigos de una laguna de incoherencias gramáticas visuales -como muchas veces se le ha cuestionado-, pero sí que la manera de Joy es impensada para el Nolan al que estamos acostumbrados y esto no se agota en la primera escena de este estreno.
Sin embargo, hay reminiscencias (y, sí) de temas y diálogos entre esta y la obra total de los hermanos Nolan. Palabras literales de Interstellar, oraciones simétricas a una que no mencionaremos de Inception. A los públicos de los Nolan no les pasaran desapercibidas, a sus detractores tampoco.
Ellos siempre emplearon la mitología griega y cristiana en sus películas, Joy eso lo retoma en la suya desde la forma. Es muy bella la manera en la que pone en escena la función de Bannister en su trabajo: sus pacientes reviven sus recuerdos a la perfección (algo que Cobb prohibía en Inception), recostados en vainas que representan botes, desplazados horizontalmente, mientras que él simboliza sus remos, esa verticalidad con la que se marcan sus límites.
Aquello, al igual que los recursos técnicos visuales que destacamos, no se reduce en la escena de presentación de los personajes y su entorno anti-futurista, sino que aparece constantemente en la continuidad que acompaña al protagonista y su pesquisa enredada en otras que inicialmente le son ajenas, como es propio en el noir.
Abundan en esta película, además, las famosas “verborreas nolanianas”. Mayormente se las descarta sin pensarlas, supuestamente por ser obvias y resaltar acciones a las que les vendría mejor un poco más de discreción.
Retomemos a los Nolan. Una película como Interstellar es muy expresiva con la información científica o la analogía del amor como puente entre las dimensiones del espacio-tiempo y el ser, pero también es muy reservada a la hora de representar las alusiones bíblicas a Lázaro de Betania que pone sobre la mesa. Sí, son mencionadas y adjudicadas al Dr. Mann, un incomprendido absoluto sobre el tema. Ahora, cuando a Cooper se le llenan de amoníaco los pulmones, y a partir de ahí cada una de sus acciones se asemejan a una suerte de resurrección paulatina de todas sus esencias, nadie en la película se refiere a él como si fuera el auténtico Lázaro del relato.
Siguiendo estos parámetros del amor, las esencias y el pontificar, Reminiscencia da un paso más hacia esa dirección con su referente mitológico. Lamentablemente, tenemos que admitir que en un primer visionado esta aspiración representativa es muy directa, resaltada verbalmente y nos cuesta no entenderla de manera unidireccional. Se manifiesta visualmente también, sí, pero así como el Lázaro de Cooper no estaba en el foco letrado, acá todo lo que pasa por imagen es enderezado por la letra. Incluso hay una muy querida película animada de Disney de fines de los 90s que supo ponerlo en escena y a la perfección, por supuesto que no diremos cuál es.
De nuestra parte, y reconociéndonos en ese público seguidor de las obras del equipo Nolan, diremos que hay mucho por apreciar en el debut de esta directora. Es posible que con futuros repasos el cariño por esos aspectos crezca. No obstante, es evidente que en este film de Lisa Joy hubo inseguridades a la hora de aplicar los dispositivos poéticos de su esposo y su cuñado. Quizás lo mejor sea apegarse un poco más a los recursos con los que se distinguió del director de Memento, como también a las obras del Hollywood clásico ya que es el cine más emblemático ligado a los temas que ella acaba de expresar como potenciales obsesiones, las mismas con las que viene lidiando desde sus labores televisivas.