Renfield es la perfecta representación del cine comercial actual: es una mezcla de géneros (comedia, acción, terror, quizás algo más), sobrecargada de información visual, con un humor medio zonzo que, como si fuera poco, se sobre explica y las ya conocidas correcciones políticas de por medio (mujeres que mueren pero no en pantalla, hombres que padecen y sufren todo tipo de violencia ante cámara, los personajes asexuados, etc). Acá Renfield (Nicholas Hoult), cansado de la tiránica presencia de su amo, el príncipe de las tinieblas, el mórbido Drácula (Nicolas Cage), se revela y se pone a prueba en un grupo de autoayuda. En el medio conocerá a una oficial de policía que parece salida del manual de “cómo debe actuar un personaje femenino hoy en día”, es decir, siempre enojada, a la defensiva y si es con los hombres, mejor. Ella anda tras los pasos de una organización mafiosa muy poderosa que parece haberse comprado a la mayoría de los canas de la estación donde trabaja. A todo esto, esa misma organización irá tras los pasos del renovado Renfield, ya que éste se cargó a un par de sus hombres y arruinó parte de un negocio que involucra al narcotráfico.
Hay una bondad, si se quiere, en esta película que va más allá de no defraudar y entregar todo lo que en su trailer proponía: lo que confiere a la película en una suerte de trailer estirado de hora y media. Son todas y cada una, ese trailer eternamente ampliado, alargado como chicle, que no hace más que levantar nuestras peores sospechas.
Volviendo a la película, funciona como una mezcla entre John Wick, El club de la pelea y Fright Night, o cualquier otra obra de vampiros que mixture el horror con la comedia. El problema es lo que hace Renfield (film) con todo ello: la acción es la misma que en cualquier película contemporánea, tan exagerada, eternamente coreografiada y filmada con tanta rapidez y de forma tan caótica que no permiten el disfrute total y la diversión, sino más bien pasarnos los ojos y el cerebro por una licuadora. Si eso no es suficiente, los gags (chistes) metidos con calzador entre piña, patada, tiros, etc. y que sobre explican en exceso el ya medio torpe humor que la atraviesa a lo largo y ancho. Si no tuvieron suficiente, una voz en off ayuda a explicar algunas o varias cosas por si no las entendimos aún. ¿Queda claro?
Que Renfield (personaje) asista a un grupo de autoayuda es tal vez de lo más divertido y en donde se aplican los mejores momentos cómicos. Que los hay en la película, no se niega, pero como en todo cine, deben de tener un timing, saber dónde se colocan, sin obligar al espectador a que se sobresature de ellos. Es decir, lo bueno y limitado muchas veces se hunde en lo mediocre e ilimitado.
Más allá de eso, la película no aburre, tiene algunos momentos inspirados (la intro que toma cada plano, de forma autoconsciente, de la Dracula de 1931 o la escena cuando Drácula/Cage se presenta en el grupo al que asiste Renfield) y Nicolas Cage está tan desatado como de costumbre, lo que vuelve a su personaje como (tal vez) la más histriónica personificación del príncipe de las tinieblas jamás interpretada. Que el cine lo haya vuelto un vampiro conservador y bien pensante con los tiempos que corren (no piensa en las mujeres, en este caso porristas, de forma sexual, porque a él solo le importa que las víctimas sean inocentes: ¿dónde habrá quedado el mito del monstruo seductor y apasionado?). No es motivo de asombro, menos con una película que utiliza sangre digital en casi todas las escenas y en donde apreciamos el excesivo regadero en algunas de ellas, pero que entre toma y toma los personajes salen tan limpios que nos hacen dudar si tal efecto fue involuntario amén de algún error de continuidad o simplemente la receta para que la hemoglobina pierda cada vez más peso en su naturaleza atroz relacionada a la violencia y gane en comicidad y liviandad (es muy habitual que el público disfrute y celebre las escenas sangrientas extremas con un tono en solfa).
En fin, película pasatista, un poco divertida, un poco entretenida, un poco esto y lo otro, solo que a veces con “un poco” no basta.