EL TOTAL NO ES NECESARIAMENTE LA SUMA DE LAS PARTES
A priori, había unos cuantos nombres, situaciones e ideas que permitían ilusionarse antes de ver Renfield: asistente de vampiro. Por un lado, Robert Kirkman (creador de The walking dead) como autor de la historia; Chris Mckay (realizador de la estupenda Lego Batman) a cargo de la dirección; Nicholas Hoult en el protagónico y Nicolas Cage nada más y nada menos que como Drácula. Por otro, un abordaje de algo que en cierto modo es trágico (alguien tratando de salir de una relación tóxica) desde la comedia y una violencia paródica. Sin embargo, la totalidad que es la película no representa apropiadamente la suma de todas sus partes.
La relación tóxica que retrata Renfield: asistente de vampiro es la del personaje del título (Hoult) con su amo, Drácula (Cage), quien lo explota, maltrata y manipula de forma constante y enfermiza. No solo lo obliga a hacer cosas terribles, sino que también lo degrada moralmente a tal punto que ha destruido su autoestima y llevarlo a una dependencia absoluta. Cuando arranca el film, lo vemos a Renfield en una de esas reuniones de autoayuda, escuchando a gente que, como él, no puede escapar de relaciones degradantes. Claro que, a diferencia de los demás, debe lidiar con un monstruo en todas las dimensiones posibles, un ser con el poder de la vida eterna y fuerza sobrehumana, entre otras habilidades. Será a través del vínculo con Rebecca (Awkwafina), la única agente de policía incorruptible de la ciudad, que empezará a avizorar la chance de sacarse de encima a Drácula y empezar una nueva vida. Sin embargo, el camino hacia la redención no será tan fácil.
La forma en que Renfield: asistente de vampiro pretende potenciar la trama es a través del cruce accidental del protagonista con una organización criminal que maneja buena parte de la ciudad y a la que la Rebecca intenta detener. Será este choque el que disparará a fondo el conflicto, sumando a la vez secuencias de acción repletas de violencia gore. Pero, a la vez, este recurso también muestra las dificultades para combinar el drama afectivo y moral -aunque con pasajes de comedia negra- de Renfield con el terror paródico que encarna la actuación desatada de Cage como Drácula. Ese encuentro de tonalidades no llega a fluir apropiadamente y la acción termina siendo un vehículo ruidoso que encuentra el relato para tapar esos baches. De ahí que la película no llega nunca a delinear una estructura narrativa sólida, conformándose apenas con acumular algunas ideas visuales atractivas -por ejemplo, la secuencia donde Renfield conoce a Drácula, que recrea la estética del Drácula de 1931 con Bela Lugosi- y chistes apenas aceptables.
Esto no quiere decir que Renfield: asistente de vampiro sea una mala película: de hecho, delinea un relato ligeramente entretenido que avanza de forma constante, a base de giros argumentales, instancias cómicas y torrentes de sangre. Sin embargo, sus noventa minutos no pueden evitar la sensación de que había mucho más para contar. No nos estamos refiriendo a cantidad de minutos, sino de desarrollo de conflictos y despliegue de ideas de forma sistémica. Lo que sucede con Renfield: asistente de vampiro es simple y complejo a la vez: crea expectativas altas a las que luego no alcanza a cumplir.