Renoir

Crítica de Lucas Rodriguez - Cinescondite

Hay que admitir que uno espera más de un film independiente ya que no hay que preocuparse de los productores tergiversando la visión del director sobre el tema. Mientras que el director y guionista Gilles Bourdos hace un equipo fabuloso con el cinematógrafo Ping Bin Lee para retratar con personalidad y encanto visual la belleza de las pinturas del personaje homónimo del título, desde otro punto no ofrece mucho más.

El veterano actor francés Michel Bouquet captura la esencia de un viejo y meditabundo Pierre-Auguste Renoir de 74 años, maestro indiscutido del Impresionismo. En el marco temporal del film, Renoir está en los últimos años de su vida, en constante dolor, pero aún así continúa creando arte desde la paz y naturaleza de la Riviera francesa. En el interior de su finca ocurre la magia detrás de muchas de sus pinturas y es allí donde se introduce el personaje de Andrée Heuschling, la nueva modelo de cuerpo del pintor que lo inspirará a algo más, así como también al joven hijo del artista, Jean, que se encuentra recuperándose de sus heridas producto de la Primera Guerra Mundial.

Renoir carece, desafortunadamente, de drama. Tanto padre como hijo objetivizan a la hermosa y animosa Andrée, ninguno capaz de establecer una relación adulta y personal con ella. La frustración que lleva encima la película radica en la incapacidad de ofrecer algo más que observaciones sobre sus personajes. Deambula a través de horas y días, con ninguna percepción u propósito tangibles, a pesar de contar la historia de uno de los artistas más grandes de todos los tiempos y su hijo, quien se convirtió en un talentosísimo director de cine. La trama, si es que hay una, cae plana viéndose rodeada de exhuberantes colores y texturas. Hay cierto grado de tensión en el trío protagonista, que se completa con un apropiado Vincent Rottiers como Jean Renoir, y la razón de su pasión, una desenvuelta y natural Christa Theret que se pasa muchas escenas como Dios la trajo al mundo sin inconvenientes.

La película bien podría ser un cuadro impresionista: pequeños toques aquí y allá, pero nunca un análisis detallado. No hay que esperar un gran drama, ni profundidades narrativas, ya que los cuadros de Renoir tampoco los tenían, ni los necesitaban. Solo hace falta reclinarse, disfrutar de las bellas imágenes en pantalla y de la puntillosa y melodiosa música de Alexandre Desplat, y nada más.