Renoir

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

Desde lejos no se ve

La primera certeza que surge una vez que concluye Renoir, film del francés Gilles Bourdos que toma como punto de partida el libro Le tableaux amoureux, de Jacques Renoir, su bisnieto, es inconsistencia desde el punto de vista narrativo y conceptual.

Si bien no estamos frente a una biopic tradicional, tampoco el desapego de los convencionalismos o el tránsito por los lugares comunes alcanza como para encontrar un horizonte o norte cuando lo que en realidad prevalece es sencillamente la falta de criterio a la hora de pensar la mejor manera de transmitir el proceso creativo de un pintor de estas características.

Al igual que en la vida, la representación de lo bello siempre es más atractiva que lo bello en sí mismo y de eso se desprende el genio de un artista: en la forma de percibir la realidad como una armónica contraposición de colores en la lucha permanente entre lo blanco y lo negro, que en el lienzo cobra formas reconocibles y similares a lo que podría considerarse un cuerpo.

De lo que se mira y cómo se lo ve se pueden encontrar muchísimas maneras cinematográficas de representación pero no se puede dejar de lado quién es el que mira y el contexto en el que esa mirada escudriña.

Así, este relato propone trasladar el tono y la imagen impresionista como si se tratara de las partes de un cuadro en pleno proceso creativo, con un elaborado trabajo en la puesta en escena con fines puramente pictóricos y representativos, en donde se destaca la fotografía de Ping Bin Lee pero que no logra cohesionar con el escaso desarrollo dramático que reduce la historia al periodo cronológico de un verano en el año 1915.

En ese breve recorrido por el ocaso de Pierre-Auguste Renoir, en su refugio de la costa azul, desfila por un lado la lucha del pintor impresionista con la artritis; la llegada de la joven y última musa Andrée Heuschling –la composición es perfecta y parece el retrato vivo de cualquiera de sus mujeres en los cuadros- y por otro la extraña relación con su hijo Jean Renoir, recién llegado del frente de batalla y luego futuro cineasta. Esos apuntes son los únicos elegidos para dar cuenta del escenario histórico, con el trasfondo de la Gran Guerra y de un triángulo amoroso que en realidad encubre la disputa entre el padre y el hijo por la misma musa.

Podría decirse entonces que pese al estallido de la paleta de colores con sus enormes filtros para imprimirle un contraste a la fealdad de la enfermedad o de las situaciones cotidianas y dramáticas del propio protagonista, interpretado con solvencia por el experimentado Michel Bouquet, el film no logra despojarse ni siquiera trascender las fronteras de las impresiones de su propio director como si se hubiese quedado atrapado en su propio lienzo y tapado por las capas menos visibles de su incertidumbre.