Un retrato de brillante movilidad sobre dos luminarias
Hablar de Renoir es hablar no de un genio, sino de dos. Por un lado, tenemos al pintor impresionista que ha celebrado la sensualidad femenina como pocos, y por el otro, tenemos a su hijo, legendario director de cine de títulos memorables como La Gran Ilusión y Los Bajos Fondos, solo por decir algunos. El prospecto de que estas dos luminarias sean los vértices de un triangulo amoroso, promete una película que sin importar lo verídico, nos muestra la relevancia que tiene la pasión en cualquier disciplina artística.
¿Cómo está en el papel?
Aunque la película se llama Renoir, es de hecho la historia de Andree Heuschling, la ultima modelo del pintor Pierre Auguste Renoir. Dicho lazo se establece en el año 1915, momento en el cual su hijo, Jean Renoir, regresa a casa momentáneamente tras luchar en la Primera Guerra Mundial mientras se cura su pierna. La película pone el acento en el floreciente romance entre la modelo y el futuro director de cine, que por esa época todavía trataba de encontrarse a sí mismo.
Aunque la película apunta a ser una narración desde el punto de vista de esta modelo, es mas como una llave que abre la puerta para que el espectador pueda entrar y ser testigo, dramática y narrativamente, del ocaso de un artista y el ascenso de otro.
Esta película es movida íntegramente por sus personajes, sus pensamientos, sus perspectivas sobre la vida y la búsqueda de significado en la misma, pero más que nada se trata de la búsqueda de ese significado a través de la pasión, carnal o por cualquier otra cosa. Esa pasión que nos motiva a torcer un destino poco feliz. Esa pasión que hacer surgir nuestro lado más luminoso y a la vez nuestro lado más oscuro.
¿Como esta en la pantalla?
Aunque Michel Bouquet se roba la película en cada escena que aparece como el pintor en cuestión, Christa Theret, como su ultima musa y Vincent Rottiers, como Renoir hijo entregan dignas interpretaciones a la altura de los personajes que tratan de encarar.
Felicito al director Gilles Bourdos, porque su técnica narrativa es impecable. Cualquier director en su lugar, al enfrentarse a un historia que tiene por protagonista a un pintor, hubiera entregado una película estática que ni el mas hiperquinetico montaje habría podido salvar. En lugar de eso, Bourdos elige usar sendos travellings combinados con paneos entre uno y otro lado de la conversación, lo que sumado a un paciente montaje, mantiene la película en constante movimiento; un seguimiento que nos mete en la cabeza de todos los personajes. Todo esto es posible gracias a un gran trabajo de iluminación y composición, que la hacen muy agradable a los ojos sin perder de vista la historia que se está contando.
Conclusión
Un competente relato sobre dos figuras que brilla por una narración hábil. Recomendable, sobre todo para aquellos que disfrutan del arte tanto del Renoir padre como del Renoir hijo.