Lucía Van Gelderen nos trae una película en donde el componente marino y las aguas cristalinas disponen una paleta de colores precisa pero insuficiente. Entre los follajes de la región, paralelos y meridianos de la vida encuentran a Justina, quien cumplió treinta años y emprende su propia búsqueda existencial. ¿Qué la lleva a retornar al pueblo? Ella está en busca de respuestas y una misión: volver, por amor, al lugar de pertenencia, en donde se transitó la infancia; es parte del desafío. El encuentro con el pasado idealizado como elemento fundamental trama un relato que desaprovecha el nivel metafórico que sugiere la sabiduría y dinámica de vida de las autóctonas ballenas. Promediando el metraje, nos preguntamos: ¿adónde van destinados los fondos del INCAA? Diálogos intrascendentes se acumulan y el intercambio es irrisorio. Se desarrollan superfluas escenas que parecen sacadas de mediocres telenovelas vespertinas. Un tono melancólico pareciera primar, la anodina rutina nos ahoga en sopor.
El estereotipo deglute a cada uno de los personajes intervinientes en la historia: el monocorde tono de Florencia Torrente y la inexpresividad de Luciano Cáceres se amalgaman a la perfección. El amateurismo y la desprolijidad para hacer cine compiten, imponiéndose como sonado insulto a la inteligencia del espectador. Más desproporción aporta la lastimosa participación de Daniel Melingo, desafinando un tango alrededor del fuego. Abundan postales naturales cuya caprichosa inserción entre secuencias responde a un inútil intento de brindar algo de sustento estético a una propuesta sin inventiva alguna. “Reparo”, rodada durante la pandemia en locaciones de Puerto Pirámides -una localidad patagónica de escasos habitantes y afluencia turística-, fue estrenada en el último Festival de Cine de Mar del Plata. Llama poderosamente la atención semejante vidriera. Su autora es la también directora del cortometraje “Aguamadre” (estrenado en el BAFICI, en 2013).