El tema que aborda Rescate en Entebbe es complejo y cualquier posición que la película tome, o cualquier punto de vista que asuma, conllevará, necesariamente, una polémica. Sin embargo, dejar claro de qué lado se está nunca es algo que esté mal. Lo que está mal es que se pretenda una supuesta objetividad (siempre mentirosa) con un tema que requiere mucho compromiso y responsabilidad histórica.
La película dirigida por el brasileño José Padilha (Tropa de élite) trata sobre el secuestro en 1976 del vuelo 139 de Air France, que se dirigía de Tel Aviv a París, y de la misión de rescate decidida por el gobierno de Israel. El filme se explaya con un aceptable manejo del suspenso en esos días de junio en Entebbe, Uganda, lugar donde los secuestradores obligaron a aterrizar el avión con el objetivo de cambiar rehenes por presos palestinos.
José Padilha tuvo la oportunidad de darles voz a los palestinos, pero todo el tiempo evade tal responsabilidad, la soslaya, y el trato que les da es siempre superficial, secundario, como si no le importara demasiado sus opiniones, sus motivos, sus razones. La película minimiza la participación de los palestinos, y por momentos hasta los ridiculiza, como cuando uno de los rehenes le dice a un secuestrador que un ingeniero vale más que 50 revolucionarios.
Padilha solamente se limita a poner el foco en dos de los cuatro secuestradores: el personaje interpretado por Daniel Brühl y el encarnado por Rosamund Pike, la única mujer del grupo de revolucionarios. Y si bien los muestra esencialmente buenos, el detalle de que sean alemanes y no palestinos no es para nada menor, y sirve como un indicador más de la posición del filme.
Por supuesto, Rescate en Entebbe está técnicamente bien lograda. El uso de la música es destacable por cómo funciona en la trama, por cómo se inmiscuye en la historia para que la tensión sea más vibrante; la fotografía con ese toque vintage es prolija y hace que todo se vea bien; la edición tiene ritmo (aunque haya momentos en que el relato se centre en las dubitaciones de los hombres de la política de Israel, cuando no saben si atacar o negociar); y las actuaciones son correctas.
Pero el problema es el punto de vista de la película, al que se podría considerar como un tanto irresponsable. Basta ya de aprobar películas mentirosas, que se pretenden objetivas, de mirada aséptica, portadoras de la verdad y que no hacen más que tergiversar los hechos. Creer que la ética no importa en el cine es no tener en cuenta las enseñanzas que nos ha dado en sus más de 100 años de historia.