Podríamos hablar de la saga menos pensada, del gran video game transformado en una película menor, en una saga olvidable, en un largometraje regular y una serie de secuelas pobres de toda pobreza. Ahí la sorpresa de esta cuarta parte de Resident Evil, que logra tomar lo mejor del juego original y gana en los momentos que apelan a lo más bizarro de sus posibilidades estéticas.
El relato continúa la historia comenzada ya hace ocho años, con la heroína protagonizada por Milla Jovovich y su porte de femme fatale armada hasta los dientes. Claro que con dientes no tan potentes como los de los zombies, siempre listos para hincar el colmillo en el cuello (pierna, brazo, cabeza, culo) ajeno. De ahí la cantidad de armas filosas y llenas de balas que la buena de Alice y compañía tienen para ofrecer a los muertos vivos que se les pongan delante.
En esta ocasión el quid pasa por el objetivo que se plantea Alice: llegar hasta el corazón de la corporación y aniquilar a sus integrantes, causantes de la plaga zombie que se apoderó del planeta. Además, de paso, rescatar a algunos sobrevivientes perdidos en medio del ataque de los no-muertos.
El film cumple y mejora a medida que avanza la trama, con una Jovovich afilada en su rol de justiciera, recargando sus armas al paso y jugando a la terminator con efectividad del ciento por ciento. A su vez, Paul W.S. Anderson, un director del montón dentro del panorama de Hollywood, cumple con oficio su lugar de correcto técnico encargado del proyecto, sin mucho más, aunque tambén sin nada menos. Vale.