Por esas cosas insólitas que a veces tiene la distribución, la saga Resident Evil llegó a las salas locales puntualmente con la insólita excepción de la primera parte (la mejor de la tetralogía por lejos). Los avatares que rodearon a la economía post corralito imposibilitó el estreno correspondiente en el 2002: se vieron los avances de la película en los cortos publicitarios y se exhibieron los afiches en los halls de los cines pero todo quedó allí… Para ser sinceros se trata de una franquicia sumamente despareja: Resident Evil – El huésped maldito (Paul W.S. Anderson, 2002) contó con el elemento sorpresa -sobre todo para los que estamos ajenos al mundillo de los videojuegos- y un impecable nivel técnico; Resident Evil 2: Apocalipsis (Alexander Witt, 2004) tocó fondo con una historia chata y mal narrada; Resident Evil 3: La extinción (Russell Mulcahy, 2007) cobró nuevos bríos con elementos “sustraídos” de la ambientación retro-futurista y apocalíptica de Mad Max y ahora la flamante Resident Evil 4: La Resurrección vuelve a dejar en tablas a la saga con un relato inconsistente, previsible, mal actuado en general y sólo tolerable para los más fanáticos defensores del subgénero zombie. La “actuación” de Wentworth Miller (el “genial” Michael Scofield de la desopilante serie Prison Break) y la presencia del subvalorado Kim Coates en un rol secundario –y siempre encasillado como villano, ¡pobre!- son motivos contrapuestos de interés para quien esto escribe. No obstante, está claro que el fuerte de esta flojita secuela de Anderson pasa por las escenas de acción y violencia –con un excesivo uso de la cámara lenta a lo Matrix- y la novedad del 3D que es razonablemente bueno. Lo demás –argumental, narrativa, y estilísticamente- no supera la rutina más elemental...