Un film sin razón de ser
La saga de Resident Evil ha aportado bastante poco a géneros como el terror, la acción o la ciencia ficción. Pero tenía algunos méritos, basados en la construcción de una heroína fuerte y decidida, tramas hilvanadas con fluidez, ritmo sostenido y escenas de acción apropiadamente coreografiadas. Bueno, en Resident Evil: la resurrección, que en buena parte gracias al 3D va camino a duplicar la recaudación de su predecesora, dejó de lado todas sus virtudes y multiplicó sus defectos.
A saber, Milla Jovovich y su personaje lucen totalmente desdibujados, sin espesor, una mera caricatura de sí misma. El relato, asimismo, no tiene razón de ser: uno se pregunta para qué demonios pasa lo que pasa, cuál es su sentido dentro de la saga, qué progresión aporta, de la misma forma en que surgían los mismos interrogantes con respecto a Terminator – la salvación. Y las escenas de acción abusan tanto del ralenti (la película termina acumulando como veinte minutos de más) y de la vocación por tirar todo encima de los espectadores para aprovechar el impacto del 3D, que al final pierden toda coherencia.
A la vez, si en sus tres partes anteriores los villanos que aparecían no tenían peso y no generaban la atracción apropiada, el Albert Wesker interpretado por Shawn Roberts definitivamente no interesa: no asusta, no enoja, no divierte, no produce empatía… nada. Algo similar sucede con el resto de los personajes, que no aportan en absoluto al mundo construido por el filme.
Entonces no queda mucho de lo que hablar. Se podría hacer un paralelismo entre los zombies y el público yendo en masa a ver la cuarta entrega de Resident Evil. O nos podríamos inclinar por la metáfora política, con los zombies representando a las masas oprimidas y Alice como una eventual líder política absolutamente utópica. Pero no, claro, eso da para George Romero, no para Paul W. Anderson, quien pasó de la cumbre de su pericia con La carrera de la muerte a la cima de su ineficacia con este filme.