Sin espacio para la diversión
Hace una década ya que el terror de supervivencia de Resident Evil se agrandó y saltó de las videoconsolas a la pantalla grande. Milla Jovovich vuelve a ponerse en la piel de la cazadora de zombis Alice en esta quinta entrega de la franquicia y, a la vez, segunda parte de una trilogía que comenzó con Resident Evil 4, la resurrección .
RE5 comienza con un breve y didáctico resumen de la saga que lleva la acción ahí mismo donde se despidió la entrega anterior. Alice termina prisionera de la corporación Umbrella y tiene que escaparse de una especie de Estrella de la Muerte subacuática.
La base también sirve de terreno de pruebas con clones humanos transformados en zombis que, en segundos nomás, invaden gigantescos escenarios desiertos que simulan metrópolis como Tokio, Nueva York y Moscú. Alice debe atravesar cada una de esas ciudades emuladas y la narración de RE5 aprovecha para tomar la forma de un videojuego en el cual se van superando distintas pruebas como si fueran niveles. La pelirroja fatal acopia armas con esa misma lógica lúdica y se las arregla para cargarse zombis con todo lo que encuentra en su camino.
Paul W.S. Anderson, director de la primera y la cuarta, guionista y productor de toda la serie y pareja de la protagonista, vuelve a hacerse cargo de la dirección en una película donde todo es una excusa para vaciar interminables cargadores de cualquier tipo de arma. El director filma la acción con una pericia poco común en el aceleradísimo cine de acción contemporáneo, pero esa estilización extrema termina exponiendo la pobreza de sus contenidos.
Todo es demasiado prolijo en la película.
Resident Evil 5 se devela tan artificial y vacía como esas ciudades simuladas en la base submarina de Umbrella. Nada queda librado al azar en la película y ese terreno tan controlado que propone Paul W.S. Anderson deja muy poco lugar para la diversión. Y éste no debería ser un detalle menor para cualquier filme inspirado en el espíritu de los videojuegos.