“Resident Evil: Bienvenidos a Raccoon City” (y al mismísimo infierno).
Un nuevo inicio de esta saga, transposición de los populares videojuegos. Después de ver varios años a Milla Jovovich con ametralladora en mano, cazando humanos transformados en zombies y combatiendo a la farmacéutica Umbrella, surge una reversión cinematográfica dirigida por Johannes Roberts, y protagonizada por Robbie Amell, Kaya Scodelario, Hannah John-Kamen y Neal McDonough, entre otros.
Sombría, de tonos sepias, aspirando a recrear un clima apocalíptico, quizá esta se asemeje conceptualmente más al videojuego. Acción por inercia, sin demasiado trasfondo respecto al perfil de los personajes, la cinta se acerca más al genero de horror. Dos hermanos huérfanos y un orfanato será el germen de esta historia anclada en un lugar maldito, manipulado por una corporación que experimenta con los seres humanos sin importar las monstruosas consecuencias.
Pasan los años, y la joven regresa a la temida Raccoon City, para reencontrarse con un hermano herido en su orgullo por el abandono, y un lugar desolador. Muertes, sucesos extraños, gente devenida en zombie porque el agua del lugar está envenenada, y con el pasar del tiempo ha causado estragos en los cuerpos. El grupo que hace frente a esta situación deberá sobrevivir antes de que el lugar quede completamente en ruinas.
Sentimientos encontrados con la nueva Resident Evil. Hay escenas que están muy logradas, pero el relato global se torna impreciso ante la coralidad de personajes e instancias donde la acción se pierde por los pasillos del orfanato. Básicamente, la trama no tiene espacio para desplegarse y los protagonistas quedan tan desdibujados como los zombies a los que combaten. Falta carisma, temperamento e identidad. Se extraña la rudeza de la Alice de Jovovich.