Vos sos el Darío Fo del subdesarrollo
Un actor en el escenario representa a un hombre en su posición asidua los sábados por la tarde. Es una posición forzada, sentado y de pies en puntillas, que le permite hablar de cómo lo admira su mujer. Se trata de un fragmento de Potestad, actuada por Eduardo Pavlovsky. La selección, en apariencia, da cuenta de que éste no será un acercamiento tradicional a la obra del actor, dramaturgo y psiquiatra. No debe serlo considerando sus oficios y profesiones.
Notamos en estos fragmentos una corporalidad que ensaya y reflexiona sobre el cuerpo. Sus gestos y la invisibilidad frente al otro, sea la pareja o sea el público que lo observa desde la oscuridad, delatan que para Pavlovsky el teatro no era lenguaje sino acontecimiento, vida. Como exponen los entrevistados, su búsqueda no era ya intelectual, sino plenamente corporal. Y es esta defensa la que propulsa gran parte del documental, por encima de cierta simpleza en la obra de Miguel Mirra.
La vigencia del dramaturgo como un hombre que ejerce su función en el mundo desde una micro-política es un aspecto fascinante apenas mencionado en el documental. El arte es lugar, ya no de enunciación, sino de manifestación del mundo. El problema es que el propio film no puede sostener esto y lo que empezaba siendo una compilación de material para explorar la vida y obra de Pavlovsky desde distintas perspectivas, se va convirtiendo en un acercamiento más lineal de entrevistados que hablan sobre la poética de él y su universo de personajes.
Hay momentos donde una sola escena, como el ensayo de los padres y el puré en Variaciones Pavlovsky, permiten entender esta suerte de vitalidad teatral, por encima de un lenguaje o de unos códigos particulares y limitantes. Sin embargo, el abordaje que toma uno de los entrevistados frente a este ensayo es el de la decodificación, lo que allana el humor de la circunstancia absurda por sí sola: un hijo ya adulto está impedido por la discusión aniquiladora de sus padres para ver si lo siguen alimentando con puré. La discusión recuerda a la de madre e hija en Sonata de otoño (1976). Son dos medios y relaciones filiales diferentes, pero bien sabemos que toda la obra de Bergman se alimenta del teatro. Y en ambas circunstancias, hay un tercero, también familiar, que se ve aniquilado corporalmente por esta pelea verbal de un egoísmo exacerbado. El humor proviene en ambos casos de lo descarnado, de una risa nerviosa con la que deseamos huir de estas escenas, aunque las hayamos vivido en persona.
Al final, la película se convierte en un reconocimiento a la obra de un autor inquieto. Nunca conforme con una sola profesión, ni siquiera con una sola función dentro de su proceso creativo; Pavlovsky es asociado, dentro y fuera de cámara, con los grandes dramaturgos del absurdo, pero siempre con un pie firme en el carácter político y psicológico del arte. Como ocurría con Salvador Benesdra, el protagonista de Entre gatos universalmente pardos (2018), estrenada hace unas semanas en la cartelera argentina, en Pavlovsky psique y polis también son fundamentales para entender la literatura y el arte como procesos profundamente vitales donde lo intelectual es un instrumento para alcanzar lo orgánico. Ambos participaron de forma activa en la sociedad y trazaron una obra, muchísimo más extensa en el caso de “Tato”, donde delimitan el rol político del hombre sin caer en lo panfletario.