Terror gótico en el Buenos Aires de 1871
Transcurre 1871 y Buenos Aires se ve envuelta en uno de los más trágicos momentos de su historia: la fiebre amarilla azota a la ciudad y cientos de muertos quedan dispersados por todas partes. En este escenario, Aparicio, un joven sacerdote impulsado por una visión mística, se dirige a la capital para asistir a las víctimas y los enfermos de la terrible epidemia. Pero momentos antes de llegar a su destino se detiene en la quinta de su familia, una casona lúgubre en la que en ese momento sólo es habitada por su cuidador, un hombre misterioso que lo recibe con cierta cordialidad y le informa que todos los suyos fueron atacados por esa fiebre destructora. El sacerdote se ve, de pronto, acorralado en esa mansión casi abandonada y una serie de acontecimientos inesperados (fantasmas, ruidos extraños, voces agónicas) le hacen dudar del sentido de su misión inicial, de sus creencias y del mantenimiento de su fe.
El relato, ya insertado en el cada vez más intenso suspenso y en el terror gótico, va planteando el conflicto existencialista que surge del hombre frente a la muerte, al caos y al sufrimiento cruel y desconcertante de la peste. El director y guionista Gonzalo Calzada, que tiene en su haber los largometrajes Luisa y La plegaria del vidente, logró con todos estos elementos clásicos del modelo propuesto un film que, en su interior, repasa el antiguo satanismo combinado con el mito de San La Muerte y el universo de los payés y de los curanderos del Litoral para así crear un inusitado mundo de muertos vivientes.
El diseño estético de la película propone un ambiente tenebroso y de intriga que aporta a las propuestas del cine nacional de género una inédita incursión en el expresivo mundo gótico. Martín Slipak supo imprimir el necesario clima a ese sacerdote inmerso en sus constantes pesadillas, mientras que Patricio Contreras aportó su reconocida solvencia en ese cuidador que sabe más de lo que dice y que trata de contener la caída al abismo de quien ahora habita la solitaria mansión. Vando Villamil, Adrián Navarro y Ana Fontán enmarcaron con calidad interpretativa este terrorífico cuadro que, apuntalado por un muy buen equipo técnico, hace de Resurrección una obra distinta que logra su propósito de aportar una nueva visión a la pantalla local.