Religión, herencias familiares, un hecho histórico trascendental, mitos gauchescos, y un halo de misterio que lo envuelve todo. En su tercer largometraje, Gonzalo Calzada (Luisa, La Plegaria del Vidente) toma partida por una apuesta mayor dentro del cine de género; lograr una acabada ambientación gótica, respetando todos los cánones esperados, y sin jamás lucir sobrecargada.
Desde la primera escena advertimos que estamos frente algo distinto, con un cuidado trabajo en la fotografía de Claudio Beiza impregnado de un penetrante azul, un sacerdote se desangra mediante una cruz de plata, punzante. Los créditos iniciales, con ilustraciones de Enrique Breccia cierran el cuadro de presentación que ya nos tiene atrapado.
Aquel sacerdote es Aparicio (Martín Slipak), misionero, que recibió un llamado divino que lo lleva a dirigirse a Buenos Aires para asistir a los enfermos de La Peste. Estamos en 1871, presidencia de Sarmiento, año conocido por la devastación causada por la fiebre amarilla; se habla de la Capital como un enorme cementerio.
Antes de llegar a su destino, Aparicio decide visitar a su hermano Edgardo (Adrián Navarro) en la quinta que pertenece a la familia. Pero allí, todos parecen estar infectados, o escondiéndose del mal. Edgardo se encuentra en el lecho de muerte, su esposa Lucía y su hija Remedios (Ana Fontán y Lola Ahumada, respectivamente) se auto encerraron en la capilla del lugar, y Lucía no tiene deseos de salir al exterior. Todos, menos Ernesto (Patricio Contreras), el casero, que no presenta síntomas y hasta pareciera ser quien controla la situación en ese paraje. Hay también un campesino (Vando Villamil), ¿un curandero?, que merodea el lugar.
La atmósfera se impregna de inmediato en Aparicio, que solo encuentra caos, comienza a tener ¿Pesadillas? ¿Alucinaciones? ¿Visiones de la realidad?; él también parece estar infectado, y los límites entre lo real, lo imaginado, y lo sobrenatural, se tornan confusos.
Confusión, esa es una palabra correcta para hablar del clima que logra Calzada, entendido en buenos términos. En sus 100 minutos, el espectador es sometido a una suerte de ensoñación en dónde es posible que se pierda, que se deje llevar (sobre todo en sus inicios); para luego ir cerrando todos sus cabos y arribar a la deseada resolución o aclaración.
El subgénero gótico tiene antecedentes claros, tanto en el plano de la literatura, como en el cine. Con Poe y Lovecraft a la cabeza de lo escrito, y Corman/Price e Ibañez Menta (por nombrar algún acercamiento local) dentro del séptimo arte. Calzada se nutre de todo ello, y le otorga una pátina actual, aunque no moderna.
Resurrección es un film al que cuesta encuadrar dentro de uno similar, más aún en la filmografía nacional. No se inclina por los colores saturados, decide mostrar menos y sugerir lo necesario, no apura su ritmo, ni enfatiza exageradamente en las características de sus personajes. La cámara de Miguel Caram juega con primeros planos, planos cerrados y cercanos; para acrecentar la sensación de encierro también creada desde la fotografía de tonos oscuros, el montaje cortado, y una sonorización ominosa.
Las interpretaciones son el elemento fundamental para que esta historia con ribetes sobrenaturales y anclaje en lo real, sea creíble. Y ahí está el conjunto todo en un tono correcto. Contreras demuestra nuevamente que no hay rol que le quede incómodo, brilla en lo que sea. Ana Fontán y la revelación Lola Ahumada son las encargadas de cargar con el enigma y salen airosas de tamaño desafío. Pero es Martín Slipak, que no deja de sorprendernos cada vez que lo vemos en pantalla, con una interpretación que pasa por todo su cuerpo, quien domina la escena; no porque cargue con todo el peso del relato, sino a fuerza de presencia, actitud e imperceptible hiper gestualidad.
Párrafo aparte para el trabajo en vestuario y maquillaje de Laura Vega y Rebeca Martinez, respectivamente. El cuidado en los detalles de ambos rubros colabora en gran modo en crear el clima lúgubre, extraño, y a su vez, creíble que se necesitaba.
Resurrección tiene de film histórico, de terror, de misterio, de suspenso, y de drama; y todo en las exactas dosis que la mano hábil de Gonzalo Calzada – nombre que ya pisa fuerte en el mercado de cine fantástico nacional – ha sabido construirle; desde el guión (acompañando una novela también de su autoría que se edita en simultaneo); y también desde una correcta elección en los rubros técnicos que realzan la puesta de este, en definitiva, film independiente y hecho a pura pasión.
Enigmas como este no son corrientes en la cartelera, adéntrese sin temor.