El terror a la fiebre amarilla
Los rubros técnicos sostienen una historia situada en la Argentina de 1871 que tiene algunos baches.
Hace tres meses, con La cumbre escarlata, tuvimos el homenaje de Guillermo del Toro al gótico de la Hammer Films inglesa y de la dupla Roger Corman-Vincent Price. Ahora llega el tributo local con Resurrección. En su tercera película, Gonzalo Calzada (Luisa, La plegaria del vidente) trae ese imaginario visual a estas pampas: la misteriosa y decadente mansión de rigor es, en este caso, una estancia bonaerense sitiada por la fiebre amarilla durante la epidemia de 1871.
Hasta allí llega un cura joven (Martín Slipak) que, en camino a Buenos Aires para ayudar a las víctimas, hace un alto en la casona familiar y se encuentra con un panorama devastador: su hermano mayor está en la fase terminal de la enfermedad; su cuñada y su sobrina permanecen encerradas, por voluntad de la mujer, en una capilla lindera. El sacerdote deberá tratar con Quispe (Patricio Contreras), el único criado que no huyó del lugar, el verdadero protagonista, el que sostiene la trama a partir de la duda: ¿quiere proteger o destruir a esa familia patricia?
En rigor, estamos ante una película más de misterio que de terror. Y que se apoya sobre todo en la pericia de sus rubros técnicos: eficaces trabajos de iluminación, sonido, maquillaje y escenografía, sumados a algunos logrados efectos especiales, dan como resultado que esté muy logrado el clima y la ambientación.
A la historia, en cambio, le falta un golpe de horno: al principio está bien planteada y consigue atrapar, pero a medida que se desarrolla presenta algunos baches y excesivos juegos entre lo onírico y lo real, que por momentos la vuelven tediosa y confusa. Y termina resolviéndose a las apuradas, apelando al recurso de que un personaje nos explique todo en tres minutos, algo que la película no merecía.