“Resurrección” va en la línea de los buenos relatos góticos. Como “La dama de negro”, “Sleepy Hollow”, “La cumbre escarlata”, “La caída de la casa Usher”, “Drácula”, y hasta “El fantasma de Canterville”, en su vertiente irónica, apelan al miedo con algunos elementos comunes: enormes mansiones semiderruidas, fantasmas, desapariciones y fenómenos inexplicables. En síntesis, el bien contra el mal, lo sobrenatural contra la razón. Gonzalo Calzada en su tercera película dosifica el misterio de una historia que tiene todo para no defraudar a los amantes del género: un seminarista de una rica familia deja su lugar seguro en otra provincia para ir a ayudar a las víctimas de la fiebre amarilla que se desata en Buenos Aires en el siglo XIX. Camino a la Capital, pasa por su casa, un elegante caserón en el medio del campo donde viven su hermano, su mujer, su hija y un encargado. Pero lo que encuentra es la casa saqueada, desolación, enfermedad y muerte. Su hermano se contagió, su mujer y la hija se recluyeron en una capilla y el intrigante casero, guardián de las tradiciones de una familia a la que le debe todo o que le ha quitado todo, y que parece decir menos de lo que sabe. Dividida en capítulos, y con algunos climas acentuados en exceso, los personajes de Martín Slipak, como el seminarista, y Patricio Contreras, en el personaje del casero, llevan adelante el relato de manera casi exclusiva. Se trata de un duelo de dos personajes antagónicos, entre los cuales no están ajenos los conflictos de clase, en un contexto que añade creencias y devociones populares, muy bien resuelta técnicamente y con una cuidada puesta en escena.