Cero carcajadas
Retiro voluntario (2017), dirigida por Lucas Figueroa, es una comedia irreverente que se inmiscuye en el mundo de la crisis laboral y los juegos oscuros del poder dentro de una empresa, incluyendo la concepción de las diferencias sociales en el mundo porteño donde la mezcla de nacionalidades, lenguas y vivezas son el centro de todo. Una apuesta de alto nivel en primera instancia pero que ni su renombrado reparto puede evitar que empiece a resquebrajarse y caer en su propia trampa pues al intentar profundizar sus temas resulta excesivamente liviana y altamente kitsch.
Javier (Imanol Arias) es un ejecutivo español mayor de edad en Buenos Aires, que está por llenarse de dinero al ser nombrado accionista en el directorio de una empresa de telecomunicaciones. Tiene lujos, una bella y joven mujer, un auto último modelo, y un puesto importante, todo a sus pies. Pero lo que era un ascenso se convierte en el inicio de la perdida de todo. Por darle mal la dirección (debido a no conocer la ciudad) a un trabajador de clase media que lucha por sobrevivir (Dario Grandinetti) comenzará su desdicha. Este trabajador pierde una entrevista de trabajo y acecha a Javier exigiéndole el dinero que iba a ganar en dicho trabajo.
Sin lugar a dudas que la película tiene un buen “gancho”, atractivo y lleno de misterio. Pero todo está mal desde el momento en que empieza: Es grotesca, desmedida, y sobreactuada, dando la impresión de estar en un sketch televisivo interminable. Lo que podría haber sido una interesante comedia sobre la burocracia y el mundo social de Buenos Aires con sus juegos internos, termina por ser una parodia -casi un pastiche desdibujado- de lo que sería un ejecutivo extranjero, la crisis económica en una empresa de capital europeo, los despidos, la oficina de recursos humanos, el melodrama, la infidelidad y sobre todo, la idiosincrasia de Buenos Aires donde “tener calle” se reduce a dinero, cigarros de marihuana y pasos de tango. Todo superficial, nada sobre nada.
Su problema no es la liviandad sino que resulta superficial por verse pretensiosa. En lugar de aprovechar y darle otra mirada a estos temas desde el humor (es precisamente el humor el que hace enriquecer los argumentos sociales), aquí lo gracioso se torna ridículo. Hay escenas muy marcadas donde el público debe estallar en carcajadas, pero nadie se ríe, el silencio es estremecedor porque la película que podría ser vivaz y no sosa ni aburrida, comienza a desplomarse. Termina por ser una asociación libre de situaciones sobreactuadas y largas peroratas, casi como un ejercicio televiso y ahí emerge lo kitsch, puesto que se exagera todo con la misma facilidad con que se cambia de escena y de música sin miramientos.
Lastimosamente el enorme casting le hace quedar como una comedia seria pero es un gesto muy forzado y no resulta convincente. Imanol Arias no está muy creíble. Cierto rasgo de longevidad le traiciona y queda poco de su personaje, sin emoción. Dario Grandinetti por su parte resulta lo mejor aunque también termina encasillado en un cliché de “ser de baja estopa que puede dominar a los ricos”. Al final todo se diluye, y de la crítica social y las intenciones de comedia, no queda nada.