NADA DE CINE
Las interacciones entre el cine argentino y el español son terrenos para conjunciones un tanto llamativas. Por ejemplo, en el caso de Retiro voluntario, donde el director y la mayoría del elenco son argentinos, la historia transcurre en Buenos Aires pero dos de los actores principales son españoles. No es la primera vez que pasa eso ni será la última, y lo particular aparece por otro lugar: ese cruce entre lo español y lo argentino es la excusa para una rara combinación entre cierta herencia del grotesco teatral criollo y una estética televisiva propia de ambos países. El problema es que el cine brilla por su ausencia.
El realizador Lucas Figueroa -autor también del guión, basado en la historia El acosador– intenta construir una comedia con tintes sociales, que aborde la cuestión del capitalismo, las corruptas corporaciones transnacionales y cómo arrasan con todos los lazos entre los individuos. Su herramienta -por así decirlo- es un relato centrado en Javier (Imanol Arias), un ejecutivo de una compañía que parece tener todo servido en su vida: una bella -y joven- novia, un ascenso y un bonus a la vuelta de la esquina. Hasta que un día, por la calle, se cruza casi por casualidad con Rubén (Darío Grandinetti), quien le pide indicaciones para una dirección donde se está dirigiendo. Como Javier se equivoca al darle las indicaciones, Rubén comenzará a acosarlo exigiéndole una compensación. A la vez, todo se complica en la empresa, alterando los planes de Javier, quien verá cómo su existencia entra en crisis.
Si el planteo goza de una alta arbitrariedad, Figueroa no hace mucho para construir un verosímil apropiado, sino que recurre a dispositivos teatrales y televisivos, como si no se hubiera dado por enterado que está en la pantalla grande. Por momentos, da la impresión de estar viendo una remake repetitiva de Esperando la carroza, La Nona o Chúmbale; o un capítulo de Aquí no hay quien viva. ¿Es necesario decir que las muecas sólo funcionan en las tablas? ¿O que la acumulación de planos cerrados pueden ser tolerables en la pantalla chica pero no en el cine? Retiro voluntario quiere solucionar todas sus fallas a los gritos, con showcitos personales -algo especialmente notorio en el papel de Luis Luque- y una música incidental que invade todo, como si eso fuera a compensar una narración repleta de agujeros. Y la verdad que no, sólo empeora el panorama.
Hay que reconocer que el elenco le pone ganas: Arias se la pasa corriendo de un lugar a otro, aunque siempre está a destiempo; Grandinetti grita y putea como para ponerse a la altura del Ulises Dumont más desatado; Miguel Angel Solá y Jorge D’Elía hacen lo que pueden y no desentonan; Juan Grandinetti, desde un tono despreocupado, confirma cierta humanidad que ya había mostrado en la excelente Pinamar; Luque hasta da la impresión de que se divierte. No hay más que eso en una película que avanza a los tropezones, sin el más mínimo rigor cinematográfico, con vueltas de tuerca muy poco creíbles y una mirada sobre lo social que nunca sale de lo superficial. Retiro voluntario es un desperdicio de recursos y un film fácilmente olvidable.