En el universo genérico de la comedia hay temas más picantes que otros, las comedias que contienen romance liviano se oponen a las que tratan de ampliar su mirada y hacer del humor un recurso para hablar de alguna problemática social más o menos coyuntural. Este segundo modelo sería el caso, o al menos la intención, del segundo largometraje del joven director español Lucas Figueroa que se inmiscuye en el funcionamiento de las multinacionales y de los personajes que hacen de estas máquinas de ganar dinero un monstruo maquiavélico.
El relato (adaptación de un cuento literario) nos presenta la vida de Javier (Imanol Arias) un cincuentón que oficia como gerente del call center de una mega telefónica instalada en Argentina. Hoy, Javier, está a la espera de su inminente ascenso a la presidencia y frente a la llegada del momento tan ansiado decide casarse con su joven novia Cristina (Paula Cancio) y mudarse al country para forjar una familia, por decirlo de alguna manera. Pero dos acontecimientos imprevistos le dan un giro rotundo a sus planes: la empresa anuncia un ajuste urgente que implica “una pequeña ola de despidos” entre otros detalles varios y a su vez se le presenta como si el azar maldito lo acechara un tal Rubén (Darío Grandinetti) que a partir de un equívoco estúpido – le pregunta dónde queda una calle y Javier erróneamente le marca la dirección contraria – comienza a acosar al español de manera extorsiva y persecutoria pidiéndole dinero a cambio de desaparecer. Parece un loco suelto, un lumpen de esos que la vida te pone adelante sin razón alguna, pero la verdadera historia de Rubén y su misión es otra mucho más compleja, solo que Javier no podrá dilucidar el entretejido que se está armando a sus espaldas hasta que “las papas hiervan” y sea demasiado tarde.
El relato en su entramado argumental nos remonta a los 90 en la Argentina, a la época de las privatizaciones y los despidos masivos, el uno a uno y el curro a la orden del día, por lo que inevitablemente el filme me trajo aquellos aires a tránsfugas, engaños y comedia de la genial Nueve reinas, de Fabián Bielinsky. Parece una época llena de personajes que buscaban venganza, desesperación inmoral por el dinero y ante todo el inolvidable e inaugural evento de esa década: “el retiro voluntario”. Una simple hojita para firmal al pie parecía ser el salvoconducto ante el desastre inevitable, algo que cada empleado aceptó con la fantasiosa necesidad de creer que era la mejor de todas las salidas posibles.
En este filme el juego del “retiro voluntario” es un punto en la trama a la que se deberá enfrentar el protagonista, y es un dato nada menor para asociar esta historia con aquellas otras narraciones de una década de transacciones truchas, estafas y engaños que quedarán siempre en nuestra memoria, ante todo porque las padecimos, pero también porque el cine se ocupó de recordarnos que aquello vivido no fue nada más que “el cuento del tío”.
La película de Figueroa despliega un elenco de primera línea, donde Imanol Arias alias “el idiota” de la historia o Darío Grandinetti “el acosador” junto con sus secundarios secuaces como Luis Luque “el vendido” y Miguel Angel Solá “el capo” están por arriba de la altura de los personajes, o sea, los personajes les quedan un poco chicos y algo estereotipados, sobre todo para una trama pretenciosa que busca ser más enrevesada de lo que puede sostener con ingenio. Tarea nada fácil es la que ambiciona el guión, construir un tejido que esté lleno de sorpresas sin perder la eficiencia y el humor, meta que no logra alcanzar ni aún con las mejores intenciones.
Una cuota de la chispa del filme está en ciertos gags de los diálogos donde la gracia está puesta en el juego entre nuestro argot porteño y el decir hispano, algo que nos saca algunas risas fugaces pero efectivas. Más algunos momentos desopilantes de Luque o Grandinetti en la hiper ridiculización de sus personajes. El resultado final es un intento liviano de hacer humor con temas sociales y actuales. Lástima que solo se quede en intento.
Por Victoria Leven
@victorialeven