Sandra Gugliotta vuelve a la dirección cinematográfica luego de un parate de seis años con una película ubicada en las antípodas de la anterior, ese thriller psicológico tan correcto como impersonal que fue Arrebato. En Retiros (in)voluntarios ensaya una mezcla entre tópicos del subgénero “documentales del yo” y el fresco sociopolítico indagando en la faceta humana detrás de una particular ola de suicidios ocurrida en Francia a fines de la década pasada, situación similar a la vivida en la Argentina en la primera mitad de los ’90. ¿El factor común entre las víctimas? Antecedentes laborales en una empresa telefónica, hasta que una privatización las dejó sin trabajo.
El disparador es la muerte de un hombre de 53 años bajo las ruedas de un tren en un pequeño pueblo del este de Francia y las dudas posteriores sobre si fue un accidente o un suicidio. La directora tira de la punta de ese ovillo y, hablando con los vecinos y desconocidos, descubre que hasta no hace mucho tiempo había sido empleado de France Telecom, empresa reconocida por, entre otras cosas, haber implementado un método de reducción laboral por el cual, en lugar de echar empleados, los humillaban y ninguneaban hasta que, quebrados psicológicamente, renunciaban.
Toda esta situación es narrada durante la primera mitad del metraje. La segunda transcurre en otro espacio y lugar: la Argentina de principios de los ’90, donde aquella empresa, luego de su desembarco en medio de la ola privatizadora, se deshizo de miles de empleados (entre ellos el papá de Gugliotta) de la vieja ENTEL con métodos similares, generando suicidios y depresiones entre esas víctimas que en su mayoría no pudieron reinsertarse en el circuito laboral.
Los despedidos o retirados fueron miles, pero a Gugliotta le interesa menos indagar en esos procesos políticos y económicos –las imágenes de archivo de Domingo Cavallo vanagloriándose en la privatizaciones dicen todo lo que hay decir sobre el tema– que en las huellas que dejaron en quienes los padecieron. Huellas psicológicas, físicas y hasta espirituales, en tanto el laboral es también un ámbito de pertenencia. Los testimonios de aquellos hombres despojados de sus trabajos, en muchos casos luego de décadas de servicio, son desgarradores, aunque la directora es cuidadosa con ellos y respetuosa con el espectador: apenas bastan algunas frases, algunos gestos, para dar cuenta del daño que produce pensar a los empleados como prestadores de servicios fácilmente desechables.