Los une el espanto pero también el amor: Retiros (in)voluntarios, de Sandra Gugliotta, y Adiós a la memoria, de Nicolás Prividera (ambos parte de la programación del 35º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata), son dos documentales argentinos que bucean en algunas zonas incómodas de nuestra historia reciente desde las experiencias de los padres de sus realizadores.
Gugliotta (realizadora de uno de los cortos que conformaron la primera y ya mítica edición de Historias breves, así como de algunos largometrajes de ficción) aborda en Retiros (in)voluntarios los dramas derivados de la perversa política empresarial de France Telecom y sus alcances en nuestro país. Se trata de un documental de tono periodístico, en torno a la cadena de suicidios y trágicos episodios provocados por los “retiros voluntarios” que sucedieron a la privatización de la empresa, con testimonios de ex trabajadores, familiares y personas afectadas o vinculadas al tema. La voz en off de Gugliotta –por momentos un poco cerrada– va guiando una suerte de investigación mientras se recorren sitios de Francia y Argentina (incluyendo Rosario) donde fueron quedando huellas de las inhumanas tácticas de la poderosa compañía.
Se agradece que la directora no haya buscado recrear dramáticamente esas dolorosas historias ni subrayar detalles: le bastó con detener ocasionalmente la cámara ante los rostros pensativos y en silencio, sabiendo que sólo escuchar las terribles maneras con las que algunos trabajadores decidieron quitarse la vida, o las referencias a las crueles estrategias empresariales (el uso habitual de un “vocabulario de guerra”, por ejemplo, como advierte alguien), son suficientes para concientizar a los espectadores. Acercándose a su segunda mitad, Retiros (in) voluntarios crece en interés porque irrumpen la historia del padre de Gugliotta y los oscuros trazos de la Argentina menemista.
En Adiós a la memoria, en tanto, el documentalista y ensayista Nicolás Prividera piensa en voz alta sobre el pasado y el presente de su padre y de la Argentina, valiéndose de filmaciones caseras, notas garabateadas en viejos cuadernos, diversos archivos audiovisuales (incluyendo fragmentos de películas como Casablanca), citas varias (desfilan Gramsci, Bacon, Benjamin, Ranciere y otros) y un torrente de reflexiones disparadas por su historia familiar (su madre fue secuestrada y desaparecida en 1976) y por la enfermedad actual de su progenitor, vinculada –angustiosa y precisamente– a la pérdida de la memoria.
A diferencia del clima de apasionante pesquisa de M (2007) y de la calculada estructura de Tierra de los padres (2011), Adiós a la memoria (si bien plantea dudas y preguntas con recursos parecidos a los utilizados en su debut documental) se propone como un ensayo confesional nutrido de cavilaciones y material audiovisual variopinto, con más sinceridad que nostalgia, atravesado por ráfagas de enojo aunque también de afecto.
“Siempre es otro el que nos mira desde el pasado” dice el realizador al examinar antiguas fotos y filmaciones, en las que se mezclan cariñosos juegos del pequeño Nicolás con su padre, e incluso una graciosa película de terror amateur, hasta imágenes imprecisas de ciudades conocidas o recorridas (Buenos Aires, Mar del Plata, París), como si Prividera encontrara en la belleza algo turbia de esas texturas inestables la mejor manera de expresar el torbellino de sus pensamientos. El conjunto aparece dividido en siete capítulos y un epílogo, la primera persona se alterna con la tercera y el desahogo combina lo íntimo con lo general, que se ligan muchas veces favorablemente (la anécdota de cuando el padre compró y luego rompió cierta revista, por ejemplo, o la fotografía escolar con el significativo dato del año en que fue tomada). En un momento, el realizador menciona salas de cine porteñas que ya no existen exponiendo lo que hay actualmente en esos sitios (idea similar a la de Wolf-Muñoz con los teatros y emisoras de radio de antaño en Yo no sé qué me han hecho tus ojos); en otro, acompaña un sensato señalamiento sobre el discurso neoliberal (“allí siempre desaparecen las luchas y lo colectivo”) mostrando gente durmiendo en las calles bajo la lluvia. Cuando dice que “casi no hay registros de la dictadura” parece olvidar algunos documentos valiosos rescatados en películas como Nietos (2004, Benjamín Ávila), y al comentar cómo surgió el concepto de “clase media” en la Italia de los años ’40, se pone fugazmente didáctico.
Su trabajo gana cuando provoca con declaraciones polémicas (algo que, sin dudas, a Prividera le atrae), cuando pone sobre la mesa cuestiones incómodas (la militancia por la “anti política”, el rol de los medios), cuando nos hace pensar sobre la potencia de las imágenes para soslayar el olvido, o cuando su verborragia –franca, preocupada, nunca pedante– cede ante sensibles registros de su padre en la actualidad, sentado ante un piano o intentando recordar a quien tanto amó.