El director Joaquín Maito, asumió un compromiso muy problemático de llevar a cabo con éxito, como es el hecho de intentar transmitir sensaciones y crear atmósferas a partir de imágenes, generalmente bien captadas, con un criterio artístico y fotográfico de ensueño, pero sin una historia que resulte comprensible y atrapante para el público en general, sino todo lo contrario, direccionado para un círculo cerrado con pensamientos afines. Porque no hay diálogos, nadie brinda testimonios o explicaciones. Ninguna persona oficia como conductor. Simplemente, hay que aceptar el relato, así como lo vemos y nada más.
Es difícil de analizar ñesta producción filmada en Tierra del Fuego (Argentina), España y Japón, cuando lo que podemos ver es una sucesión de imágenes y sonidos post producidos, qué, en ciertos casos, llegan a exasperar los nervios de tan agudos y prolongados que son.
Lo que le interesa retratar al realizador son los gatos sin dueño que deambulan por la ciudad del sur argentino, y de otros países también. Junto a las antenas transmisoras o receptoras de los medios de comunicación que transmiten ruidos a veces imperceptibles al oído humano y, en otras, bien audibles y molestas. También a los perros, generalmente enjaulados o con dueños, intercalados con visitas a cementerios, planos generales de sectores de una ciudad, playas, o del campo.Visualmente, en varios momentos, superpone imágenes, mezclando la fauna marítima con las de la tierra.
No tiene momentos emotivos ni informativos. Tampoco una trama esclarecedora. Es una lástima que todo lo logrado visualmente no sea igualado con la historia y termine en la intrascendencia.