Premiada como Mejor Ópera Prima en el 22º Festival Internacional de Cine Documental de Ji.hlava, la película de Joaquín Maito, quien ya cuenta con un documental previo en su haber, en dupla con Tatiana Mazú, propone un juego, un camino que indique, que ejemplifique con los sonidos y el espacio tomado por animales en estado semi salvaje lo que vivimos como sociedad, como animales en una libertad teórica que es más un cautiverio medio ordenado, medio armado para simulación de lo que creemos ser y lo que entendemos por vida.
Todo esto es Retrato de propietarios. Una graficación visual, una utilización de la experimentación de la imagen y del sonido que no necesita de palabras que llene el espacio; alcanza con las imágenes que son acompañadas por sonidos que por momentos son brutales, por momentos molestos, y luego incómodos. Y ese parece ser uno de los objetivos de esta película: mover al espectador de ese letargo de ensueño en el que cree que todo está bien, que todo puede ser contenido, en el que siente que hay seguridades que al final no son tales.
Es un documental, pero es una experiencia de sonidos por sobre las imágenes, a veces ampliadas y luego inmersas una en la otra, una experiencia que trabaja los sincronismos entre la vida y el dolor de existir, a modo de intervención en los espacios en que las imágenes fueron rodadas en Argentina, Europa o Japón.
La incomodidad de la que hablo al principio es la intención, entiendo, de sacudir la modorra del espectador y hacerle ver en sus propias narices lo que genera un sistema que cuestiona la propiedad. Es una experiencia interesante que provoca, y no es poco.