En Francia, a fines del siglo XVIII, una pintora llega con el encargo de realizar un retrato de bodas de una joven próxima a casarse para cumplir con el designio de su madre. El vínculo que establecen la muchacha (quien acaba de abandonar un convento) y la retratista acrecentará las dudas que la primera posee sobre su futuro matrimonio, al tiempo que despertará sentimientos entre ambas. Estéticamente e históricamente, situándonos en dichas coordenadas, su mirada se inspira en el romanticismo pictórico, esa corriente que sucede a la pintura neoclásica imperante de finales del XVIII, y que se manifestó en diversas expresiones, propiciados por la revolución francesa.
Esta poderosa premisa argumental, encierra en su sencillez una profunda indagación de caracteres. Es un elogio al cortejo, a la mirada y al misterio que encierra todo acto creativo, en donde pintor y retratado se ven como protagonistas de un amor cronológico contado con las herramientas que proporciona el cine. El dialogo creativo se puesto en escena por la potente voz autoral de Céline Sciamma: quién observa y quién es observado nos devuelve la imagen espejada de una mujer mirándose en la otra, un acto que exige reciprocidad. También, como una metáfora para entender los designios de una obra y el acto creativo en sí. ¿De dónde proviene la inspiración? ¿Cómo se manifiesta?
Para ciertos artistas, una imagen aparece acompañada de un color, una sensación, un despertar. Para otros, a veces es se trata, tan solo, de un diálogo: ellos se pronuncian y la imagen, mágicamente, responde. Esta correspondencia entre las partes nos habla, a las claras, de un diálogo amoroso como forma de abordaje a la obra. A quien se ha de embestir creativamente, debiendo saber que el arte está primorosamente atravesado por el factor lúdico. El artista se coloca máscaras y no persigue reglas, por el contrario, explora el lenguaje y sus perspectivas. ¿Qué sucede cuando los sentimientos entran en juego excediendo el lienzo, como aquí? El acto amoroso, claramente, cobra otra magnitud.
La directora de “Tomboy” y “Girlhood” nos convida con el enésimo paralelismo que traman cine y pintura. Los trazos sobre el lienzo que van conformando un retrato se convierten en instrumento para un relato austero que abreva en los simbolismos existentes entre arte y relaciones afectivas. El amor como acto para saber aquello de lo que se es capaz. El elogio del amor en su rango poético y también una reivindicación a las mujeres pintoras de la época, relegadas o ignoradas en su tiempo, como tantas veces el cine ha abordado. El artista encierra misterios insondables en su condición y en su camino persiste, buscando aquello que no aún encontró y denodadamente persigue. También de eso se tratan vínculos humanos.
Comprendiendo el arte es una forma de manifestarse, innata a todo ser humano, entendiéndolo como un dispositivo, a través del cual, el ser creativo encuentra un instrumento para expresar su mirada del mundo, aquí el impulso creativo se traduce en ese llamado inconsciente que cada artista recibe, algo semejante a una fuerza desconocida –fuera de todo parámetro y capacidad de control sobre ella- a la que se ha de obedecer, consecuentemente. “Retrato de una Mujer en Llamas” nos deja en claro que la pérdida de libertad y capacidad de fascinación sobre aquello que lo rodea restringe, indefectiblemente, al ser creativo.
Y en este acto creativo, podríamos trazar un enésimo paralelismo: el proceso creativo arroja al artista hacia un estado particular, convirtiéndolo en un definitivo integrante de otra dimensión espacio-temporal. El acto de pintar es irracional, inconsciente e ingobernable, y ese horizonte creativo se convierte en pulsión de vida. De esa necesidad imperiosa de manifestarse, a través de una mirada estética de concebir el mundo y sus cosas, la existencia del artista cobra sentido. Infinita cantidad de artistas, pensadores y también consumidores de arte, se han preguntado, desde tiempos inmemoriales, de donde proviene la inspiración. Aquel tesoro tan preciado y, en ocasiones, extraviado.
Hipnótica y sutil, “Retrato de una mujer en llamas” expone un dolor físico como metáfora del acto creativo. El artista se alimenta de quimeras, busca transmutar su piedra filosofal, navega aguas profundas de universos paralelos, pretende dar vida a aquello que no existe, surcar los sentidos de un lenguaje, desafiar utopías. A través de su sensibilidad manifestada, el artista confluye en la obra de arte sus más íntimas inquietudes. Aunando aptitudes, teorías y prácticas sobre el lenguaje, consuma su acto final: la expresión artística como ejercicio absoluto de libertad. Ese que también desafía mandatos de época, con consecuencias emocionales devastadoras. La realizadora francesa subversiona mandatos de la época y conquista a la crítica obteniendo el Gran Premio de Cannes.