Francia, 1770. Marianne, una pintora, recibe un encargo de una condesa que consiste en realizar el retrato de bodas de su hija Héloïse, una joven que acaba de dejar el convento y que tiene serias dudas respecto a su próximo matrimonio. Marianne tiene que retratarla sin su conocimiento, por lo que se dedica a investigarla a diario y armar el retrato a partir de lo que observa. Poco a poco ambas mujeres se acercan y comienzan un romance a escondidas.
Céline Sciamma arma un film con la astucia exacta para respetar tanto la tradición del cine francés acartonado y listo para ser premiado como la ideas actuales de lo que debe ser un film valorado ideológicamente. Toda la belleza visual que la película consigue se empantana una y otra vez por estas ideas de la realizadora. El resultado es efectivo para su plan, al film no le han faltado premios y ha sido muy valorado por la crítica. Pero con un poco de atención se le notan todos los clichés del cine qualité y la bajada de línea, que es asombrosamente torpe y anticlimática.
Hay varios elementos destacables, instantes que funcionan, pero hay una pesadez que se termina imponiendo. El mejor ejemplo, sin spoilers, es la escena final, que tiene dos planos con los que la película cierra. Uno es inteligente, sugestivo, lleno de inteligencia, melancolía y romanticismo. El otro, por el contrario, es la necesidad de adoptar una postura, sacar conclusiones, obligar a que todos quedemos con una sola idea posible. Es el resumen perfecto de una película que pierde todo su potencial cinematográfico, tal vez sea una síntesis perfecta del cine actual.