Daniel Melero (62) es uno de los músicos más importantes del rock nacional de las últimas cuatro décadas. Sin embargo, cuando parecía que su destino inexorable era el de convertirse en estrella, decidió correrse del mainstream, optó por caminos laterales, independientes, experimentales y hasta podría decirse que incómodos. Tampoco sus opiniones han sido complacientes ni demagógicas (basta escuchar lo que dice de su participación en el disco Oktubre de Los Redondos) y todas esas características (su audacia, su rebeldía y su capacidad de provocación) surgen por momentos en este documental de Roly Rauwolf.
Cuando llegan los créditos finales aparece un cartel que dice “Primera parte” y, aunque por el momento no hay una segunda en camino, queda claro incluso desde el título que este retrato es “incompleto” a la hora de explorar las múltiples facetas y períodos artísticos de Melero. Pero no nos quedemos con el vaso medio vacío sino con los hallazgos de un film que recupera aquellos primeros tiempos con Los Encargados, banda pionera del tecno local, y como artista que hizo múltiples y no menores aportes para el éxito de Soda Stereo.
Figura de culto, admirado más por sus colegas y los críticos musicales que por las masas, Melero siempre se sintió una rara avis, un poco marginal e incomprendido y, en ese sentido, hasta alimentó la autoparodia como su recordada participación en el programa Todo x dos pesos del año 2000, en el que terminaba siendo linchado por una turba (más de una vez en la vida real las huestes rockeras le habían demostrado su violencia en el marco de festivales masivos).
Con discos como Silencio o Conga, Melero llegó a varios de los picos creativos de los años '80; el primero, con Los Encargados (“hoy siento que ya estábamos separados cuando lo grabamos”, admite), y el segundo ya como solista pero todavía con mucho material de aquella etapa. En un momento del film, el protagonista recuerda que Los Encargados grababa de madrugada (de 2 a 9 AM), porque antes Virus estaba concibiendo Relax y un día apareció en el estudio Luis Alberto Spinetta, que por entonces registraba Privé, y les dijo que le gustaba mucho la banda liderada por Melero, quien hasta hoy se lamenta por la penosa respuesta que tuvo. Más allá de la anécdota, lo cierto es que en ese ámbito se estaban cocinando varias de las mejores canciones del rock ochentista.
Queda la sensación de que una hora es poco para sintetizar la carrera de Melero y que Rauwolf no siempre logra sintonizar desde la estética y la forma con la constante experimentación del artista. De todas formas, la posibilidad de ingresar en la intimidad de los ensayos y grabaciones muchas veces vedadas por un músico bastante secreto, de conocer su pensamiento siempre lúcido y de acceder a los materiales de archivo aportados por el propio Melero (no se pierdan la versión casera de esa gema llamada Orbitando que se muestra completa después de los títulos de cierre) hacen del documental una experiencia disfrutable.
En ese sentido, Retrato incompleto de la canción infinita podría verse como una suerte de demo, un primer acercamiento a una figura clave que, ojalá, tenga nuevas aproximaciones desde un universo audiovisual que él también supo cultivar con asiduidad en su multifacética y brillante carrera.