Sangre, sudor y lágrimas
El comienzo de Revancha presenta a un Billy Hope abstraído, rodeado de gente pero solo, concentrado únicamente en la música que proviene de sus auriculares minutos antes de una pelea decisiva. Se trata de una secuencia inicial que muestra la preparación previa a la sangrienta pelea que le sigue y al luchador en un profundo estado de meditación del que sólo saldrá con la llegada de su esposa, que lo despierta de su ensimismamiento y le recuerda cuál es el sentido de esa lucha.
El director que sorprendió hace ya más de diez años con la notable Día de entrenamiento –a la que le siguieron películas menores que nunca pudieron alcanzar el nivel de su tercer largometraje– filma por primera vez una película de boxeo, más interesada en el melodrama familiar que en el deporte en sí mismo. Un deporte que no solo es el que mejor sabe brillar en cine, sino que también funciona como una fuente inagotable de superhéroes que, con sus puños, le hacen frente a todo tipo de adversidades. Fuqua se nutre de todas las historias de ascensos y caídas y de tentaciones y redenciones que le ha ofrecido el combate cuerpo a cuerpo a la historia del cine y le añade su correspondiente toque de acción urbana a lo Tirador, sumado a cada uno de los ingredientes que no podrían faltar en ninguna tradicional película de boxeo.
Revancha narra la historia de un campeón mundial que en solo cuestión de minutos recibe el peor golpe de su vida fuera del cuadrilátero, al que le sigue uno más fuerte y otros peores que lo llevan a perder todo. A partir de ese momento, el cineasta da rienda suelta a la debacle emocional y profesional del boxeador, pasando por un proceso de humillación que se extiende demasiado tiempo en pantalla y que se precipita con la misma velocidad a la que decae el personaje mientras los lugares comunes del subgénero se multiplican unos tras otros. Esto no quiere decir que el uso de clichés sea un problema, de hecho no lo es; la narración avanza, de forma desigual pero segura, y a pesar de que la segunda mitad de la película, la del descenso, funciona mucho menos que la primera, el relato termina ganándose al espectador en el último round. Esto sucede un poco porque el director se vale de dos campeones de la actuación como un Jake Gyllenhaal rapado, tatuado y musculoso, y de la siempre extraordinaria Rachel McAdams, cuya interpretación es mucho más sutil que la de su coestrella. También cuenta con la presencia de Forest Whitaker, que llega en el momento justo para devolverle un poco de esperanza al relato, a Billy y al espectador. Pero el motivo por el cual Revancha funciona a pesar de sus excesos es porque su director abraza al género como lo hace la pequeña Leila enroscada en el cuerpo de su padre en un final genuinamente emotivo como pocos. Si bien las escenas se suceden como si Fuqua siguiera un manual, es justo ahí donde radica el punto más fuerte de la película: en su honestidad a la hora de construirse recurriendo a todos los códigos ya establecidos por el subgénero pugilístico.
Una de las virtudes de Revancha es que no intenta parecerse a Rocky ni a Toro Salvaje. Fuqua sabe que no se trata simplemente de imitar o de ceñirse a una fórmula infalible, sino de nunca perder de vista la esencia de la historia. La música –en especial una memorable secuencia de preparación física al ritmo de “Phenomenal” de Eminem– logra disimular algunos elementos que pueden resultar molestos, como la solemnidad de algunos ralenti y el constante coqueteo con el golpe bajo. Pero felizmente lo que prevalece es la sensibilidad –sin llegar a ser forzadamente lacrimógena– del relato por sobre todas las cosas.
El resultado es una película perezosa pero noble que, como el propio Billy, se va abriendo paso un poco a los bifes y otro poco a más corazón que cabeza. Punto para Fuqua por knock out emocional.