De zurda.
Antoine Fuqua carga con una mochila pesada en su cinematografía: luego de su temprana obra maestra, Training Day, jamás ha podido repetir tan grato resultado. Lo ha intentado varias veces, con diversas variantes argumentales en las que siempre predomina la acción, y si bien nunca derrapó, hasta hace poco no había podido entregar una experiencia verdaderamente contundente. Southpaw revierte esa tendencia, para convertirse, probablemente, en la segunda mejor pieza de su filmografía.
Fuqua cambia la fórmula y esta vez va por un drama, que si bien está lejos de ser original, es altamente efectivo. Hemos visto ya muchas veces la trama del boxeador que busca redimirse, pero quizás sea ésta otra prueba más de que una historia conocida bien contada paga la entrada. Southpaw es un drama al estilo del director, quien suele manejarse en un plano intermedio entre la realidad y la ficción. Con esto último quiero decir que la propuesta no es ni la primera Rocky, ni Rocky 4, sino que se mueve narrativamente entre lo verosímil y lo espectacular, con muy buenos resultados. Es una película cinematográficamente impecable, como todas las entregas del director, y magníficamente contada.
Párrafo aparte merecen las actuaciones de Gyllenhaal y Whitaker. El primero vuelve a demostrar que no hay papel que le quede grande, sin importar el desafío del que se trate. El segundo, a esta altura de su carrera no tiene nada que demostrar, y siempre es un placer verlo en pantalla. Entre los dos logran buena química, y aunque tal vez la relación entre ambos no sea el tema preponderante de la película, se los disfruta en pantalla.
Es para celebrar que un un director tan sólido en lo técnico vuelva a dar en el clavo después de mucho tiempo. Southpaw es un muy buen drama que entretiene y engancha de principio a fin. Su falta de originalidad es de sobra compensada con narración y fotografía. Después de todo, el cine es el arte de entretener, sin necesariamente tener que sorprender.