Una que sepamos todos
Experto en cine de acción físico, el director de Día de entrenamiento, Tirador, Ataque a la Casa Blanca y El justiciero narra el apogeo, decadencia y resurgimiento de un boxeador (Jake Gyllenhaal) en una historia que apela con toda conciencia a los tópicos habituales de este subgénero. El resultado es una épica noble, por momento emocionante y disfrutable, que pega directo al corazón.
Existen pocos subgéneros con normas narrativas, temáticas e ideológicas tan estancas y afianzadas en su mecanización como el de las películas de boxeo. Al fin y al cabo, en nueve de cada diez casos se trata de historias de auto superación y redención protagonizadas por hombres mayormente provenientes de la pobreza que se rodean de personas dispuestas a todo con tal de morder un porcentaje de las ganancias y que huyen despavoridas al primer síntoma de una caída, dejándolo solo para el glorioso resurgimiento final. Revancha se encuadra a la perfección en los tópicos habituales de estas películas, apelando a todos ellos con plena conciencia.
El que está en lo más alto es el campeón Billy Hope (Jake Gyllenhaal), un hombre felizmente casado, millonario y dueño de una personalidad magnética que después de una situación que no conviene adelantar inicia un largo descenso moral y espiritual. Largo en tiempo (más de la mitad del metraje) como en profundidad. Puede achacársele a Antoine Fuqua cierta saña para con su protagonista, al que no le basta con dejarlo solo y en bancarrota, sino que también le quita a su hija y lo envía a los bajofondos neoyorquinos.
La aparición de un viejo entrenador tanto o más golpeado por la vida que él (Forest Whitaker) será el puntapié para el regreso a la gloria y, con esto, la mejor parte de un largometraje que no será novedoso, pero que honra con creces al cine de boxeo, incluyendo, claro está, la clásica secuencia de montaje de entrenamiento. Fuqua es un viejo conocido del cine de acción físico (Día de entrenamiento, Tirador, Ataque a la Casa Blanca, El justiciero) de cuerpos sudorosos y en contacto constante, y se luce filmando las escenas sobre el ring con partes iguales de realismo y épica.
Aún rugosa en su narración (el ascenso es mucho más meteórico que el descenso) y con una pátina religiosa siempre latente pero nunca protagonista, Revancha logra evitar todos los posibles golpes bajos para convertirse en una de esas películas nobles, emocionantes, disfrutables, conocedoras de su materia prima y con una seguridad apabullante para saber cómo contar y entretener con una historia mil veces vista. Es, en fin, una película que pega directo al corazón.