Mandíbula de cristal
Round 1: hay un nombre en toda la concepción de Revancha que por ahí no es demasiado nombrado pero no deja de ser clave, y es el del guionista Kurt Sutter, quien cuenta entre sus antecedentes con el hecho de haber sido el creador de la serie Sons of anarchy. Vi solamente el piloto de aquel show que terminó durando siete temporadas y debo decir que era un primer capítulo poderoso, que sentaba con gran fluidez e impacto las bases para toda una serie de conflictos de diversa índole que giraban alrededor del verdadero tema central del programa, que eran los dilemas de un treintañero atrapado entre la lealtad a la pandilla de motociclistas a la que pertenece y su reciente paternidad. El film de Antoine Fuqua en cierta manera repite este conflicto, porque al fin y al cabo también cuenta la historia de un padre y su hija, de un vínculo que se irá construyendo frente a toda un conjunto de frentes de mayor o menor importancia. Es como un boxeador con antecedentes, con una carrera marcada por los riesgos pero que a priori promete.
Round 2: claro que una cosa es un piloto de una serie que luego tendría casi un centenar de capítulos y otra cosa es una película de algo más de dos horas, y ahí es donde la estructura de Revancha empieza a crujir fuertemente. Es que el film necesita establecer el drama, y para eso acumula más y más conflictos. Ahí tenemos al boxeador Billy Hope (Jake Gyllenhaal), quien ha logrado llegar a la cima dando (unos cuantos) y recibiendo (muchos) golpes, pasando de la pobreza a la riqueza ostentosa, hasta que a partir de la trágica muerte de su mujer (Rachel McAdams) todo se le empieza a derrumbar como un castillo de naipes: pronto pierde su casa y todas sus propiedades por culpa de las deudas, pierde su invicto y su título, los que antes lo adulaban le dan la espalda, cae en la droga y los comportamientos autodestructivos y finalmente pierde a su hija, que termina en las mismas instituciones de cuidado infantil de las cuales él había logrado escapar. De por sí esa sucesión de capas conflictivas, temas y situaciones no está mal, y un film como La última pelea, con su retrato equilibrado sobre las penurias de la clase trabajadora estadounidense, la guerra como trauma permanente, los lazos paterno-filiales explosivos y el deporte como posible salida tanto económica como psicológica, lo comprueba. Pero en el guión de Sutter no hay un balance apropiado, no se percibe una construcción cuidada de las historias de los diversos personajes y todo se va sucediendo a través de lugares comunes repetidos, estereotipos y una historia que sólo sabe respaldarse en diálogos, pero jamás en imágenes poderosas. Para colmo, Fuqua es un narrador hábil -lo demostró por ejemplo en El justiciero- pero no exuda personalidad, y en ningún momento es capaz de establecer un giro propio en lo que está contando. Revancha pronto parece quedarse sin argumentos, con demasiadas ideas pero sin saber llevarlas a cabo, tirando puñetazos sin destino y agotando sus energías muy pronto.
Round 3: no deja de ser llamativo que en un film que debería concentrar su mayor impacto en los extremos, al principio y al final, lo mejor de Revancha está en el medio, a partir de la aparición de un Forest Whitaker que como el entrenador Tick Willis -quien ayuda a Billy a reencaminarse, adoptando otra forma de combate, más calculada y precisa- recupera la mejor de sus formas actorales, esa que apareció en films como Bird y La habitación del pánico. Allí la película parece tomar consciencia de que los conflictos están presentados, que ya no hay necesidad de seguir forzando la nota e ingresa en una narración más reposada, concentrándose en la evolución física y moral de Billy, en su relación de maestro-discípulo con Willis y en sus paulatinos intentos por recobrar -en todo sentido- a su hija. Es decir, empiezan a hacerse notar los personajes, sus dilemas internos y contradicciones que los hacen humanos, imponiéndose a los giros arbitrarios del guión. Ese peleador que es el film recupera algo de oxígeno, sale de las cuerdas, lanza un par de golpes certeros. Parece que algo tiene, que ha recibido muchos golpes pero está en condiciones de plantarse firmemente en el ring.
Round 4: pero esa recuperación que insinúa Revancha en su segundo tercio se extingue por completo cuando el relato debe cerrar los conflictos. Ahí todo se decide y ejecuta de manera brusca, apurada, sin ninguna clase de sutileza, como tiene que cerrar los conflictos y lo hace de manera apurada, brusca, como si no supiera realmente qué contar. Y es entonces que sucede otra muerte sumamente arbitraria, sólo en función del alegato social, el conflicto paterno-filial se resuelve sin establecer transiciones apropiadas y hasta la historia deportiva fracasa, con una pelea final anodina, vacua, carente de emoción. El boxeador que representa Revancha empieza a tirar manotazos de ahogado, se queda sin aire, sin piernas, recibe impactos por doquier y no tiene manera de responder.
Round 5: nocaut.