Si acaso hay un deporte cinematográfico, ese es el boxeo. Un cuadrilátero donde la gloria queda en las propias manos. Donde el hombre (usualmente sacrificado) se juega, no solo la vida, sino el futuro de su familia. Las historias de boxeo pueden ser imaginadas o verídicas, pero siempre son cruzadas por la desgracia y la brutalidad. Además, entregan esa idea de la batalla como posibilidad de redención con un golpe de suerte. Y como si fuera poco, es un universo infiltrado por la mafia y los abusos, la violencia cotidiana, donde cada caída puede ser la última. La gloria o el infierno. Ese abismo que se dibuja en cada película es por la que uno se siente arrastrado por la temática del sufrido luchador. Desde Rocky (Rocky, 1976), El Campeón (The Champ, 1979) y Toro Salvaje (Raging Bull, 1980), hasta Million Dollar Baby (Million Dolar Baby, 2004), El Luchador (Cinderella Man, 2005), otra vez Rocky Balboa (Rocky Balboa, 2006), y El Ganador (The Fighter, 2010), el ring siempre se vive con una intensidad cinematográfica única. La cuestión es cuando querés meter casi todo eso en dos horas sin sutileza alguna.
Antoine Fuqua, director de Día de Entrenamiento (Training Day, 2001) y El Justiciero (The Equalizaer, 2014), es un tipo al que se ve le gusta regodearse un tanto en la miseria. Sus films no ahorran en situaciones angustiantes y manipuladoras. Si se puede echar sal a la herida, a darle. En Revancha (Southpaw), el toque Fuqua se ve de lejos. La historia de Billy Hope (Jake Gyllenhaal) y su meteórico descenso (posta, detona la vida de un campeón de boxeo en treinta minutos) y posterior regreso a la gloria abunda en la explotación de los lugares comunes. Es por ese exceso de clisés y golpes bajos, a través de los cuales se pretende construir un viaje descomunal de gloria-caída-redención, que uno nunca se cree por completo lo que pasa en la pantalla. Con circunstancias forzadas e impactantes, se hace difícil procesar todo el tsunami de emociones que se intenta generar.
El principal problema de Revancha es la ausencia de los tiempos necesarios para asimilar los acontecimientos dramáticos.
Una de las fallas más palpables de Revancha es la ausencia de los tiempos necesarios para asimilar los acontecimientos dramáticos. Duele digerir el mazacote lanzado contra nosotros con la intención de emocionar. Lo que si hay que reconocer es la confianza de Fuqua para ir a fondo con esos excesos dramáticos, su idea de no bajar un cambio logra sostener el ritmo de la narración. Aunque por mi parte, se me hizo imposible abandonar la mirada escéptica por la explotación de la vida del “boxeador”. Es cierto, uno le cree a Gyllenhaal. Lo cree tan sacado como se muestra, reconoce que puso el cuerpo para crear a este mártir traumado y desbocado. Él funciona para que nos quedemos atentos hasta en situaciones que huelen calculadas en emoción y compasión. La tardía aparición de Tick Wills (Forest Whitaker), como entrenador de barrio marginal (que enseña de la vida y de boxeo conjuntamente, un Sr Miyagi meets Morgan Freeman) para el regreso a la gloria de Billy, con su humor, y cierta conciencia de los roles jugados, permite olvidarnos un rato de la manipulación de purgatorio pugilístico. Él nos hace pensar que otra película era posible. Hasta que el director decide pegar otro golpe bajo el cinturón. Así no Fuqua. Cada uno elige su propia aventura. Yo me quedo con Rocky Balboa.