Alejada de visiones escolares, acartonadas y esquemáticas, Revolución: el cruce de los andes redescubre la figura de un hombre esencial de nuestra historia, buscando reconstruir con crudeza y pocas concesiones una gran gesta épica. Con la preocupación de ser fiel a la verdad histórica, y a la vez, sin embargo, no estar completamente aferrado a ella, este film dirigido por el debutante Leandro Ipiña logra despertar un puñado de sensaciones que la acercan a sentimientos verosímiles y por qué no, genuinamente patrióticos. Ipiña es un sanluiseño que estudió cine en Córdoba y que finalmente se afincó en Buenos Aires, recorrido que seguramente lo habrá templado como para encarar un proyecto de esta envergadura, para nada sencillo y desbordante en significados. Sea como fuere, el joven realizador se las ha ingeniado para entregar una ópera prima sólida.
Y desde su interesante arranque el film muestra una distinción para contar su trama, porque no estará narrada desde San Martín, sino desde el punto de vista de uno de sus colaboradores, ahora un anciano y antes un joven con vocación literaria que se volverá combatiente. Un testigo de la historia, un hombre obsesionado por el recuerdo de viejas épocas gloriosas que abre y cierra una película que se ocupa mayormente de la epopeya del cruce de la Cordillera, pero que no es sólo eso, Empresa que también resulta atrayente, por supuesto, fundamentalmente por la grandeza del marco y de sus artífices, junto a logradas escenas de batallas, masas en movimiento y de travesía. Lo mismo se puede decir de los diálogos del General con sus subordinados en pos de establecer las mejores estrategias de lucha.
Revolución, título significativo, logra alcanzar un valioso y emotivo espíritu épico. Factores que se amalgaman con la intensa, visceral, apasionada composición de Rodrigo de la Serna para darle carnadura a un film nacional relevante.