El santo de la espada... Reloaded
En relación con el estreno de esta película suena una frase repetida: San Martín es un personaje que siempre será difícil llevar al cine por las muchas visiones que existen sobre su gesta y sobre lo que representó. Por lo tanto todo film estará abierto a las polémicas.
Dando por supuesto que esto pudiera ser cierto, Leandro Ipiña se curó en salud y decidió hacer una versión absolutamente enajenada de todo elemento polémico y, especialmente, de cualquier forma de originalidad. Muestra de esto es la construcción dramática, que parte del relato de un anciano que siendo adolescente participó del cruce de Los Andes; recurrir al ajedrez para sustentar la hipótesis del estratega; proponer el sujeto subalterno como ejemplo del conjunto y finalmente el momento de la epifanía, de la transformación, cuando el sacerdote comprende el sentido de la lucha. Todo ello es antiguo en el cine.
El realizador articula una serie de anécdotas concretas sobre la historia del general San Martín en un largometraje que, por esa decisión dramática resulta fragmentada, como si cada uno de esos relatos casi estancos quisiera ilustrar una característica de la personalidad del libertador americano. Su tesón, su lucidez estratégica, su capacidad de liderazgo, su humildad para aceptar los errores, su valentía, su humanidad. Todo relatado, salvo en contadas ocasiones, con un tono almidonado, excesivamente controlado.
La película es un proyecto desarrollado bajo una concepción educativa escolar, pedagógica. Demagógica. No hay desarrollo de pensamiento crítico. Entre otros temas, se pierde totalmente la relación entre San Martín y el gobierno central, siendo que este fue uno de los momentos más críticos para él. La participación popular, marcada por una selección musical que refleja una idea conservadora de la construcción cinematográfica. El pueblo está construido desde una mirada que lo instala en el lugar del personaje subordinado.
Ipiña es capaz de llevar adelante una producción compleja y organizar el trabajo de un modo impecable técnicamente. Pero eso es todo. El guión es pobre, no supera, cuarenta años después, la acartonada visión de El santo de la espada (Torre Nilsson, 1970). La perspectiva histórica, más allá de la retórica de lanzamiento, es de manual.
Ojalá San Martín tenga otra oportunidad en el cine.