La espada del santo
Fui a ver Revolución: El cruce de Los Andes con bastante expectativa: algún colega me la había recomendado durante el Festival de Mar del Plata, Rodrigo de la Serna es un actor confiable, el despliegue de producción había sido importante... y estaba convencido de que en pleno 2011 no iban a caer en la solemnidad de las viejas películas (tipo El santo de la espada), que iban a bajar al prócer del pedestal, que lo iban a transformar en un personaje de cine, visceral, contradictorio, de "carne y hueso". ERROR.
Este film de Ipiña concebido con un fuerte apoyo oficial acumula casi todos los peores vicios de la biopic más convencional: es conservadora, timorata, previsible y, finalmente, aburrida como pocas. Diálogos ampulosos, escaso desarrollo de la psicología de los personajes, "evoluciones" dramáticas inverosímiles (como la del cura que termina empuñando las armas), conflictos obvios y torpes (como el de San Martín y su asistente adolescente), desniveles actorales (ni siquiera De la Serna está demasiado bien), moralejas subrayadas una y otra vez... y así podría seguir la enumeración.
Lo mejor de Revolución: El cruce de Los Andes -que reconstruye la campaña de 1817 para la liberación de Chile en manos de los realistas- tiene que ver con su acabado técnico: se ve y se escucha muy bien, los efectos visuales/digitales para concretar escenas de masas en la batalla son de un profesionalismo incuestionable y no mucho más. Estamos ante un producto bienintencionado (a tono con estos tiempos políticos) y cuidado, pero que no cumple con ninguna de las dos premisas principales de toda película: entretener y hacer pensar. Y eso, se sabe, en cine es un pecado casi mortal.