El Gen Argentino
Un film que retrate una de las mayores epopeyas militares de la historia latinoamericana es un hecho cinematográfico que rebalsa lo cultural. Se trata de un acontecimiento histórico, político, social y educativo, aunque no pretenda ser didáctico. Revolución, El Cruce de los Andes lo logra. Rescata con la mayor humanidad posible el espíritu de nuestro prócer más grande, muchas veces un tanto olvidado o reducido a la imagen del cuadro en la escuela primaria.
El debutante cineasta, Leandro Ipiña, recrea esos acontecimientos cruciales que fueron la tremenda hazaña de cruzar, hace casi dos siglos, la riesgosa y elevada Cordillera de los Andes, para liberar a un país vecino y luego a un continente. Los que alguna vez estuvimos por esas geografías nos preguntamos cómo habrá hecho este tipo para internarse en esas prominentes pero heladas y peligrosas montañas, con tan solo algunos caballos y rifles, desprovisto de los medios y equipos con los que contamos hoy para hacer un pequeño trecking por ellas.
La película comienza con un maravilloso plano que sobrevuela la imponente cadena montañosa andina (“espina dorsal del planeta”, diría la canción de Calle 13), plagada de glaciares eternos y encumbrados precipicios. Ya ahí, da escalofríos pensar en la proeza realizada por el general correntino y sus valientes soldados.
Narrada a modo de flashback, por Manuel de Corvalán (León Dogony), un hombre anciano, sumido en la miseria y el olvido, pero que en su adolescencia (Juan Ciancio) fue el secretario del General San Martín durante la epopeya libertadora.
Es así como se refleja el vínculo que entabló este joven con el General gruñón, mezcla de acento europeizado y criollo, encarnado magistralmente por Rodrigo de la Serna, quien ya ha interpretado notables actuaciones de personajes biográficos en Crónica de una Fuga y Diarios de Motocicleta. Aquí nos ofrece a un San Martín estratega, ideológico, visceral, carismático, obsesivo hasta la médula con su objetivo final, irritable, con miedos persecutorios que lo hacían absolutamente desconfiado y con algunos problemas de salud que ponían en peligro la realización de la utopía.
Sí, él fue un revolucionario, arremetió contra los ideales conservadores de la clase dominante porteña. De hecho, recibió muy poco apoyo de Buenos Aires y eso incrementaba sus rasgos paranoicos, temía que se mezcle dentro de sus hombres algún “escorpión” que traicionara la causa. El film nos muestra la cocina de la hazaña y cómo se realizó todo a pulmón, gracias a la mentalidad y obstinación de este hombre; si uno no supiera el final de la historia, dudaría si se trataba de una gran estrategia militar o de ideas delirantes megalómanas.
Técnicamente la película es impecable. Rodada en su mayoría en escenarios naturales, en el hermosísimo pueblo sanjuanino Barreal (lugar que si no se lo conoce, vale la pena hacerlo), por donde pasaron unas de las seis columnas sanmartinianas. Goza de una estupenda fotografía que logra captar con gran calidad impactantes imágenes panorámicas o detalladas del paisaje cordillerano.
Entre estrategias, traiciones, controversias y sueños, presenciamos una serie de diálogos y debates atractivos que reflejan los ideales que imperaban en aquella época, tanto de un lado como del otro. El discurso final, que el General ofrece al batallón, es realmente estremecedor.
La debilidad del film es justamente también su fortaleza; entre tanta planificación y cotidianeidad, se pierde cierta tensión narrativa, por momentos se vuelve fría, lenta y hasta puede llegar a aburrir. La histórica batalla de Chacabuco se torna bastante intimista, lo que la hace muy interesante, pero le resta en su puesta en escena potencia épica y carece de la emoción y exaltación que se merece tremenda página gloriosa de la historia argentina.
También el guión da a entender ciertos aspectos y hechos históricos que no logra desarrollar del todo, dejando algo incompleta la trama que seguramente hubiese enriquecido el relato, como lo es la posición que adoptó Buenos Aires, el apoyo de Cuyo, la supuesta gastritis de San Martín o la rivalidad entre O´Higgins y Soler.
De todos modos, no deja de ser una oportunidad para encontrarse con un film que apuesta al revisionismo histórico, rescata figuras y hechos trascendentes de nuestro pasado, reniega contra el olvido de los verdaderos héroes que apostaron a una América libre (el paralelo que hace con la vejez solitaria y pobre de Don Manuel de Corvalán denuncia lo injusta que suele ser a veces nuestra memoria), y nos interroga como pueblo y ciudadanos si es que optamos por el legado y compromiso liberador del “padre de la patria” o preferimos el conservadurismo de ciertos sectores sociales que solo cuidan sus propios intereses.