El hombre, el mito
Rodrigo de la Serna interpreta a San Martín en la campaña de 1817.
Las biopics sobre famosos ilustres plantean dificultades. Las de los próceres, en este caso la del prócer de los próceres nacionales, muchas más. El San Martín de Rodrigo de la Serna elude algunas de estas complicaciones. No todas: aun en los momentos en que el realizador Leandro Ipiña intenta despegarse de los lugares comunes del subgénero -de la impostación y la solemnidad mitológicos-, la película tiene un aire de artificio: como si ciertas palabras coloquiales, algún escupitajo, algunos destellos de dolor, de desazón, de paranoia del protagonista estuvieran ahí para recordarnos, de un modo obvio, que sí, que San Martín era humano. El resto tiene una matriz clásica, un tanto antigua.
Revolución...
empieza con un planisferio y una voz en off que nos expone brevemente el conflicto en contexto: lo que veremos es la campaña para liberar a Chile de los realistas en 1817. A continuación, un personaje (ficticio), ya anciano, le cuenta a un periodista cómo fue haber participado de aquella epopeya durante su juventud: primero como amanuense de San Martín; luego, como soldado temeroso y por lo tanto heroico. La historia está contada con flashbacks en el que el gran prócer es visto desde la admirada distancia de un personaje secundario: una especie de subprócer anónimo, pobre y olvidado, desde un presente en el que irrumpe la Generación del ‘80.
Rodada principalmente en la cordillera, la película luce una fotografía y una edición de sonido logrados, igual que algunos encuadres y efectos visuales y digitales. De la Serna, actor sólido, debe lidiar con un papel que sin duda le resultó complejo. Su San Martín es, desde luego, un hombre grave, apasionado, pertinaz. También un hombre que sufre la revolución en todo el cuerpo. Su mente, con toda lógica, está puesta en la batalla, no en las frases grandilocuentes, aunque a veces diga algunas (pocas), como: “Es más importante empuñar una pluma que un arma”.
Las escenas de combates masivos tienden a cierta dispersión, lo que acaso les dé un toque más realista (con el perdón nacionalista de la palabra). Pero hay un combate cuerpo a cuerpo, medular, que tiene la doble función de ensayar la alegoría y de recordar que la guerra tiene algo de gloria y mucho, muchísimo de sangre y de barro.
A la hora del fragor decisivo, el personaje de San Martín, gran estratega, dirige los movimientos y el coraje colectivo desde las alturas. No funciona, en este sentido, como un mero “santo de la espada” ni un héroe solitario. Los personajes secundarios tienen poco desarrollo, pero el filme, sin descollar ni sorprender, logra ser digno.