Bastardos Sin Gloria
Ni santo ni con espada. Esa es la nueva imagen del General San Martín, según la visión de Leandro Ipiña.
Este proyecto, empezó a partir de que el Canal Encuentro, decidiera, con motivo del bicentenario nacional, lanzar una serie de episodios épicos que reconstruyeran los momentos más importantes de la historia Argentina. La idea era ambiciosa y su resultado superó las expectativas. Leandro Ipiña, comenzó como ayudante de Tristán Bauer, creador de Encuentro, en Iluminados por el Fuego, y gracias a visión y talento, llegó a dirigir para el canal el telefilm: San Martín, La Batalla de San Lorenzo. Los excelentes resultados de dicha propuesta, motivaron que se haga un segundo telefilm. Esta vez, acerca de “el cruce de los andes”. Dicha propuesta también iba a estar dirigida por Ipiña.
Sin embargo, la inclusión dentro del canal, del realizador Juan José Campanella, junto al buen instinto de Bauer influyeron para que los responsables de la producción, con ayuda del gobierno nacional, decidieran llevar nuevamente a San Martín al cine.
Para esto Ipiña tendría que reimaginar el telefilm y darle otra dimensión visual. Dicha decisión, encima, fue tomada con el rodaje ya comenzado. Además, era una buena oportunidad para dejar atrás la versión, que había dado Leopoldo Torre Nilsson con Alfredo Alcón como protagonista en 1970.
Vi El Santo de la Espada por primera vez en 1990, en un contexto escolar, por lo que no puedo decir si era realmente un buen film, pero el recuerdo que tengo es bastante intenso. La recreación de batallas épicas es muy inusual en el cine argentino, así que estaba impresionado. Sin embargo, la estética elegida se acercaba más a una elevación mítica, legendaria, enalteciendo al personaje, en vez de buscar un retrato creíble de la historia. Era una visión romántica, de folletín. Lejos estaba la revisión histórica que llamara a la discusión y la reflexión sobre nuestro pasado.
Este es el aspecto más interesante de Revolución, el Cruce de los Andes.
Los primeros planos del film lo separan enseguida de una película hecha para la pantalla chica. La cámara sobrevuela la cordillera andina. El panorama es espectacular y pronto me empecé a plantear si incluso no hubiese sido una gran decisión, hacer esta película en 3D. Irónicamente la historia comienza en 1880. Van a traer los restos del General desde Europa a Buenos Aires. Un periodista decide entonces, entrevistar al único superviviente que queda del ejército andino. Se trata de Manuel de Corvalán, quien a los 15 años fue secretario y escriba del gran San Martín. De esta manera, un poco al estilo Titanic, nos remontamos a 1816, donde nos vamos enterando de los preparativos, las causas y motivos por los que San Martín creó el ejército y tenía urgencia por atacar a los realistas en Chile.
Ipiña hace hincapie en el carácter del General. Hosco, inteligente, insultador como pocos. Pero a la vez, un gran estratega. El director trata de dejar un poco al margen la conocida gastritis que lo dominaba antes de las batallas, y la relación con Remedios de Escalada. Además, el director quiere dejar en claro, que no está haciendo un mero film didáctico. Hay violencia gráfica y una directa crítica a las familias más poderosas de Buenos Aires, que estaban en contra de la Independencia de la Nación.
La primera hora del film, no cabalga. Vuela. A pesar de que no hay batallas ni conflictos, Ipiña sostiene las acciones gracias a personajes atractivos, diálogos que dan pie a múltiples lecturas.
De esta forma se muestra la posición que ocupaban los esclavos en el ejército, ritos, costumbres, la posición del gaucho y el punto de vista religioso en la piel del Fray Bernardo García, miembro del ejército que toma narrativamente, un lugar cuestionador acerca de la “gloria” de la batalla.
Justamente, acá es donde se van a generar los principales debates con respecto al film. No voy a develar mucho, si digo que el film concluye con la batalla de Chacabuco. Durante la última media hora, el ritmo venía decayendo, siendo un poco reiterativa en algunos diálogos y situaciones. Más allá de que no se perdía el interés, y algunos planos remitían directamente a westerns de Leone, Ford o Peckinpah, el relato no lograba sostener el interés como sucedía durante la primera hora. Sin embargo, cuando empieza la batalla de Chacabuco, no solamente vuelve a cobrar vida la película, sino que propone una relectura de la historia pocas veces vista en el cine.
¿Aun cuando se trata de la lucha por la libertad, se justifica la guerra, la batalla, el derramamiento de sangre? Muchos notarán que, a pesar del gran y meritorio despliegue técnico, los extras, los cañonazos, las luchas cuerpo a cuerpo, a la batalla le falta intensidad. O sea, el trailer prometía un conflicto épico más potente. Pero esto no es Corazón Valiente. San Martín está más cerca de Napoleón, con todo su despotismo que de la imagen heroica de Mel Gibson sobre William Wallace.
Los últimos 10 minutos de película son para atesorar. No hay gloria en esta batalla. No hay gloria en la muerte ni en el hecho de que se pierdan tantas vidas. Esa es la imagen que nos da Revolución, y es la imagen que quiero destacar: un joven de 16 años llorando como un chico porque fue herido.
Esto, si no recuerdo mal también había sido lo que más me había gustado de Iluminados por el Fuego: entender que no se trataban de máquinas de matar, sino de hombres sensibles. Muchos de ellos, sin experiencia en las batallas. Que los generales se quedan lejos de la batalla, y muchas veces sus segundos son inútiles.
A nivel visual hay un enorme contraste escenográfico. Un 70% de la acción sucede en exteriores y realmente, el despliegue artístico es notable. Además Ipiña aprovecha la profundidad de campo y logra algunos planos sublimes, con el ejército avanzando en diversos lugares a lo largo de la cordillera. En cambio, las pocas escenas filmadas en interiores, son demasiado televisivas, sencillas, a tres cámaras. Como si se las hubiesen querido quitar rápidamente de encima. Más allá de eso es muy elogiable el gran trabajo fotográfico de Javier Juliá y la dirección de arte de Sergio Rud.
El elenco es un punto fuerte. Rodrigo de la Serna construye un interesante San Martín, duro, austero, verborrágico, frío y calculador. Muy diferente a lo que venimos acostumbrado a verlo. Su interpretación es creíble. Incluso resulta divertido escucharlo. De la Serna le aporta un acento castizo al personaje. El mismo desaparece en algunas escenas intimistas. Muchos han criticado este punto, pero lo cierto es que según algunos historiadores, el verdadero San Martín podía pasar de un acento castizo al castellano cotidiano de un momento a otro. El resto de los actores cumplen de forma verosímil con sus interpretaciones, especialmente Victor Hugo Carrizo como el rastreador y Alberto Ajaka como Condarco.
Revolución, El Cruce de los Andes, supera las expectativas, se aleja de la estética telefilm, y permite soñar un cine épico en nuestro país que deje lugar a la discusión y la reflexión es posible.
Ahora le toca el turno al Belgrano de Pablo Rago, Juan José Campanella y Sebastián Pivotto.