¡Dios Mío! ¡Por dónde empezar! Enfrentarse a la computadora cada vez que uno se ancla en el proceso de escritura es todo un tema. Solo dos cosas marcan las diferencias: una es escribir inspirado sea cual sea el resultado del film en cuestión; lo segundo y más triste es que la mente esté en blanco porque ese film es un bodrio insufrible. Eso pasa con Rey de ladrones, film que vende, chamuya constantemente al espectador que lo que muestra es interesante solo por dos cuestiones: estar inspirado en hechos reales y que Michael Caine tenga el rol protagónico. Hacer gala de esos puntos es menos atractivo que el mismísimo Caine disfrazado de enfermera en Vestida para matar de De Palma.
Arranquemos con lo más básico: contar de que va. El resto irá surgiendo. La película empieza con Brian Reader (Caine), tipo de 77 años que junto a su esposa parecen llevar una vida elegante, llena de lujos. Reader a los pocos minutos queda viudo por la metafísica temporal del cine (obvio) y solo y deprimido en su casa decide volver al ruedo: reúne a un viejo grupo de ladrones donde cada uno parece tener una especialidad, todo bajo su mando, lo que nos indica que su fortuna y su vida de lujos se lograron en base a fechorías. A excepción de un joven que es quien contacta a Reader para llevar a cabo el atraco, todos son dinosaurios de más de sesenta y setenta años. El lugar es el Depósito Seguro de Hatton Garden, donde los espera una robusta bóveda llena de diamantes, dinero y otras cosas de enorme valor. Obvio, algo sale mal y todo el plan se va por las nubes.
Rey de ladrones atenta en contra de muchas cosas, pero principalmente atenta en contra del espectador. Principalmente porque se la juega con ser una comedia Británica inteligente y fresca, pero nada resulta gracioso, en lo más mínimo. Ver a Caine ya en sus ochenta y pico en momentos azarosos le restan dignidad y parecen encaminarlo al ocaso. El film no parece querer aprovechar la etapa crepuscular de Caine, y si lo comparamos con esa obra del genial Eastwood llamada La mula, otra película reciente sobre un viejo al final de su existencia, nos damos cuenta que en esto de saber contar una historia la tradición Norteamericana siempre está un paso adelante. Nada parece estar hecho con la intención de generar empatía: los personajes son unos nefastos chantas, imposibles de poder conectar, sentir empatía y seguir sus andanzas con total regocijo. El atraco no mantiene en vilo y se da rápido y sin mucha emoción. A lo largo del metraje su director James Marsh no encuentra un rumbo fijo: empieza el film como una comedia, a la hora y pico voltea al drama y recién en el último tramo vuelve al primer género. Tampoco hace un planteo interesante con sus personajes ya que son un cúmulo de viejos cascarrabias, mentirosos y sin códigos que se mueven bidimensionalmente por la pantalla. Las acciones y situaciones van por el mismo camino: de una chatura superficial indignante.
Una de las pocas cosas interesantes de este bodrio se da casi al final; una idea que por su brillantez sorprende en medio de la torpeza de todo el relato: una secuencia que muestra a los personajes jóvenes, sin trucos digitales, solo utilizando fragmentos de otros metrajes de antaño. El mismo se intercala inteligentemente con un montaje paralelo donde vemos a los protagonistas en esa máquina del tiempo llamada cine y que por su enorme gesto de amor y fe (fe en las imágenes y en el poder de narrar y crear) emociona. Llámenlo autoconsciencia, no importa. Es la única idea con forma, con cuerpo y destreza que entrega Rey de ladrones. El resto es olvidadizo, poco encantador y aburrido. Esperemos la próxima de Eastwood si es que El Barba lo permite, mientras tanto roguemos que no salgan más películas como esta.
¡Ahora caigo, algo surgió! Sabía que este grupo de viejitos no me podían ganar aun teniendo a Caine como líder.