Los viejitos boqueteros
La prensa londinense lo definió en 2015 como el atraco del siglo. Desde la crónica periodística se supo que una banda experimentada de ladrones de joyas logró hacerse con el botín más importante de la historia delictiva en ese país, al así como 200 millones de libras en joyas, durante la semana de pascua en la empresa encargada de seguridad Hatton Garden. Aunque fueran atrapados luego por la policía, víctimas de su ambición y traición mutua, la anécdota mayor fue que la banda estaba compuesta por ancianos nada simpáticos, criminales al fin de cuentas.
El opus del realizador James Marsh, Rey de ladrones, se inspira en este hecho verídico para explotar con poco éxito las fórmulas de las comedias protagonizadas por ancianos en los contrastes no sólo de la vejez sino del mundo analógico por el digital; las películas de robos sofisticados un tanto más solemnes y la de aplicar elementos dramáticos en un policial noir por la sencilla razón de empatizar con alguno de los personajes.
En este caso todo cae en manos de Michael Caine, la figurita difícil en este paquete importante de buenos actores como Michael Gambon, Charlie Cox, Tom Courtenay, Jim Broadbent, Ray Winstone. A pesar de ese equipo soñado por varios directores en una misma película, aquí quedan desdibujados desde la poca dimensión en la construcción de cada personaje. El estereotipo dice presente en este vaivén de traiciones, haciendo gala de ese refrán popular ladrón que roba a ladrón.
En este esquema se desenvuelve una trama fácil de entender que pierde ritmo a medida que avanza y que nunca se desarrolla demasiado, aunque el entretenimiento no se descarta en varios momentos y alguna que otra dosis de humor siempre producto de la destreza de los actores.