Rey de ladrones (King of thieves, 2017), de James Marsh, la tercera versión que llega a la pantalla sobre el robo que conmocionó a la opinión pública inglesa y que tuvo a personas “mayores” como protagonistas, es una propuesta que deambula entre el intento de innovar y la imposibilidad de hacerlo.
En el último tiempo el cine de “ladrones” se revitalizó gracias a la incorporación de grandes figuras que, en otros tiempos, protagonizaron referentes del género y han permanecido como estandartes de un cine de entretenimiento de “calidad”. También ha encontrado en un caso en particular, el robo a unos depósitos llamados Hatton Garden, la tela para producir películas comerciales, que han pasado al olvido rápidamente, por no tomar en serio aquello que contaban.
El caso que sorprendió a todos contó con estos ancianos que dotaron de “calidad” -por decirlo de alguna manera- a la metodología implementada para robar, planificando con tiempo y sigilo cada movimiento, configurando un plan que en apariencia sería infalible y que recordaba a sus años mozos en la delincuencia. En esta oportunidad Michael Caine será Brian Reader, el encargado de reclutar a compañeros de larga data para llevar a cabo la difícil misión de inmiscuirse en el lugar sin levantar sospechas y llevándose un importante botín, el cual sería compartido en partes iguales hasta claro está, que de la teoría a la práctica todo se complique y confunda.
Acá, a diferencia de sus predecesoras, el humor será el motor impulsor de una película que transita el policial y el subgénero de robos sin importarle transgredir sus cimientos, prefiriendo acercarse a la sitcom por momentos, debilitando su trama y dejando de lado rápidamente, su origen. El elenco, encabezado por Caine, con su eterno carisma pero con figuras de la talla y nombre de Ray Winstone, Jim Broadbent, Tom Courtenay, Paul Whitehouse, Michael Gambon, más Charlie Cox, cumple con lo esperado, pero se nota en las interpretaciones la exigencia de sobresalir y echar aire a una película que podría haber sido mucho mejor que lo que finalmente es, recorriendo sin originalidad la trama.
James Marsh elige narrar este cuento de una manera bastante tradicional, y aquello que en un principio parecía novedoso, ni siquiera en el tema del robo puede levantar alguna diferencia para mantener en vilo al espectador ni la tensión in crescendo para continuar con el visionado. Rey de ladrones traiciona su origen y termina ofreciendo un espectáculo que por lo convencional de la puesta, diálogos que escapan de las leyes de género y una mirada algo maniquea sobre los hechos que presenta, subraya más las carencias de la propuesta que sus virtudes.
En la chatura de su progresión dramática, en la débil presentación de los personajes y en la lábil diferencia con sus dos versiones anteriores, Rey de ladrones, termina por perder la oportunidad de convertir a Michael Caine en el héroe que la película necesitaba, transformándolo sólo en un líder confundido de otros confundidos, con achaques de la edad, problemas para caminar y que sólo por su estirpe de ladrones con códigos, terminan por llevar adelante una tarea para la que ya ninguno estaba preparado.