Hay algo de inasible y fugaz en la obra artística sin importar el soporte. Quizás por eso “Rey Milo” (Argentina, 2014) de Federico Barreiro, no puede abarcaren su totalidad el espíritu y personalidad del ascendente Milo Lockett, alguien que en su particularidad pudo construir una de las obras más dinámicas y renovadoras de los últimos tiempos.
La cámara acompaña a Milo en sus tareas diarias, pero también en el complejo entramado solidario con el que intenta, desde sus orígenes, devolver a la sociedad algo de lo que ella le ha brindado.
Los testimonios, apoyados en trazos gráficos similares a los que utiliza en sus cuadros, son uno de los puntos más interesantes de un filme que deambula en la exhibición de Milo Lockett como personaje sin detenerse a reflejarlo como persona, con anhelos, esperanzas y proyectos a futuro.
Es que si bien en las palabras de los entrevistados todos llegan al punto que este artista es un iluminado, que siempre pudo conseguir lo que quiso (fue basurero, vendedor de ajos callejero, verdulero, dueño de un local de ropa, entre muchas otras actividades), nunca los escuchamos hablar sobre él como individuo más allá de pintor.
Por momentos uno de sus empleados lo tilda de “complicado”, su madre relata que de adolescente un día se acercó y le dijo “yo no nací para estar sentado en un banco” y dejó el colegio secundario, para luego sumarse a esta característica el propio Lockett con el mote de “ansioso”, pero más allá de eso, y de verlo rodeado de personas que lo admiran y lo acompañan, no hay mucho más.
Un artista es alguien iluminado. Alguien que puede encontrar una manera de expresarse dentro de una contemporaneidad y que, llegado el caso, su obra lo puede trascender hasta el punto de superarlo.
Lockett crea en cada cuadro la posibilidad de una obra multitextual, que no sólo se queda en la mera pincelada, sino que intenta incorporar otros mecanismos de expresión que puedan ofrecerle al espectador una experiencia vital.
En el momento de la creación de la obra el café y los eternos cigarrillos acompañan su mirada y sus manos que zigzaguean por los materiales en los que el dibujo y las pinceladas permiten que su interior se exteriorice.
En los colores de los cuadros, que contrastan con la aridez de los paisajes del Chaco, hogar de Lockett por nacimiento y opción, en el que vuelca toda su experiencia mejorando espacios de estudio y trabajo, pero también promoviendo la cultura y la actividad, sin un fin económico ulterior, hay una calidez que busca a gritos una continuidad con la realidad.
Y en esa realidad, además de las voces autorizadas que el director utiliza para construir la estructura de la película, con su familia, amigos, y colegas como referentes, y también en la utilización de imágenes mediatizadas, se va construyendo la idea de un Lockett que se brinda al otro para descubrirse.
La chatura de la dirección de Barreiro, hace que este acercamiento audiovisual al artista no pueda completar un perfil, que bien podría haber sido ágil y moderno, por lo fresco y revolucionario del artista, pero se queda en algo tradicional y básico que sólo sirve para conocer un costado del autor, el más difundido.