"Rey Richard", jugar al tenis para ganar un Oscar
Will Smith protagoniza una película que gira alrededor de las hermanas Venus y Serena Williams, claramente diseñada para encantar a todo público.
“Juego al tenis para ganarme la vida, aunque odio el tenis, lo detesto con una oscura y secreta pasión, y siempre lo he detestado”, cuenta Andre Agassi en Open, la notable autobiografía escrita junto al ganador del Pulitzer J. R. Moehringer. Los motivos de su odio son varios: el desgaste físico y mental de un deporte de altísima presión, la soledad absoluta de quien tiene todo y a la vez nada, las obligaciones comerciales de sus mil contratos y, por sobre todas las cosas, un padre que desde chico lo entrenó para ser campeón sin jamás preguntarle si era lo que él quería.
La figura de ese padre sobrevuela de punta a punta un libro que alumbra el lado oscuro del negocio, a la vez que los conflictos internos entre el deseo y las imposiciones. Sobre paternidades y deportes de élite versa Rey Richard: Una familia ganadora. Un padre ubicado en el ojo mediático a mediados de los ’90 por sus particulares técnicas de enseñanza y su rol preponderante en el camino al estrellato de sus hijas. Porque, a falta de una, acá hay dos tenistas de indudable talento. Dos tenistas de apellido Williams que ganaron, entre las dos, casi 50 torneos Grand Slam.
La película de Reinaldo Marcus Green, sin embargo, no hace foco en ellas sino en el Richard del título, quien tiene la vida planificada con precisión monárquica. Interpretado por un avejentado Will Smith con un grado de intensidad y exageración que muy probablemente atraiga la atención de los electores del Oscar, Richard Williams tuvo una infancia complicada, con la marginalidad barrial y un padre descarriado como principales características. Y la discriminación racial traducida en violencia física, un tópico de presencia inevitable en casi cualquier película con aspiraciones de estatuillas y que él se encargará de remarcar –a sus hijas y al público– unas cuantas veces a lo largo de las casi dos horas y media de metraje. Con esa experiencia a cuestas, junto a su esposa quieren que sea distinto para la mayor Venus y la menor Serena. Es así que este matrimonio de deportistas amateurs jugó al tenis con ellas desde muy chicas. Pero hubo poco y nada de juego en esos entrenamientos rigurosos y obstinados.
Ellas parecen muy contentas con una vida que pendula entre la raqueta, las clases escolares y hasta las idas a misa. Quizás porque, a diferencia del papá de Agassi, Richard entiende que, antes que futuras campeonas, las chicas son justamente eso: pequeñas adolescentes con la vida por delante. Con un espíritu clásico que mezcla las postas de las fábulas de superación deportivas y de los coming of age, Rey Richard es de esas películas que por su fluidez narrativa y bondad generalizada resulta casi imposible que caiga mal a nadie. Los agentes interesados en representarlas no son villanos inescrupulosos, sino personajes nobles sorprendidos por la intransigencia paterna. Tampoco asoman los dientes de la picadora de carne del negocio en quienes se acercan con contratos por demás tentadores para una familia humilde.
La particularidad, entonces, pasa por el hecho de que los obstáculos no provienen del entorno sino de los férreos límites establecidos por un padre que no quiere saber nada con contratos ni torneos junior. Pero lo hace de puro buen tipo, obviamente. Con las hermanas Williams entre las productoras ejecutivas, lo que explica ese manto de benevolencia, la película está pensada para y por el lucimiento del también productor Smith. El actor tiene toda un ala de su filmografía en la que interpreta personajes conflictuados con su pasado que buscan la redención, con Siete almas y Belleza inesperada como ejemplos, en la que Rey Richard cuadra a la perfección. Debe agradecerse que lo que allí era moralidad e ínfulas de autoayuda, aquí sea uno de esos cuentitos contados a la perfección donde todo sale como mandan los manuales de la temporada de premios de Hollywood.