Amarás a Will Smith sobre todas las cosas
Tras la pre pandémica Bad Boys para siempre, Will Smith regresa a la pantalla grande con Rey Richard, un clásico, inspirador y edulcorado drama deportivo que cuenta los inicios de las icónicas tenistas afroamericanas Venus y Serena Williams a través de la figura de su perseverante y exigente padre, Richard.
Podría resultar un tanto antipático criticar negativa y minuciosamente un drama deportivo de estructura clásica que, de manera eficiente, logra conmover y entretener en igual medida. Para colmo, se suma a esa virtud el hecho de que los protagonistas reales de esta historia hayan logrado triunfar en un contexto de adversidad racial y económica, y sin lugar a dudas, el camino de superación que atravesó la familia Williams es abordado en Rey Richard a través de una fórmula infalible, basada en que la emoción no opaque al humor y, fundamentalmente, en que conocer los sucesos reales no signifique la pérdida del interés. Tampoco puede obviarse otro atractivo -este, quizás, un poco más innovador- tan determinante como no estar frente a un típico drama biográfico centrado en personajes conocidos por todo el mundo. El gancho no es “una película sobre Serena y Venus Williams” sino “una película sobre el padre de las hermanas Williams”. ¿Es acertado este enfoque? Sin dudas. Entonces, ¿cuál es el problema?
Fanático o no del tenis, probablemente sean pocos los que no sepan quiénes son Serena (Demi Singleton) y Venus Williams (Saniyaa Sidney) y lo que han logrado –y significado- tanto deportiva como socialmente, insertándose de manera profesional en un ambiente ocupado mayormente por blancos. Lo que puede no sea del conocimiento de todos es la trascendencia que tuvieron sus padres, Richard (Will Smith) y Brandi (Aunjanue Ellis), quienes desde el nacimiento de las icónicas deportistas proyectaron en ellas el futuro al que efectivamente llegarían. Ese “plan” de vida, resaltado reiteradamente por Richard en la película (y llevado a cabo especialmente por él), consistió en una estricta educación que relució algunas actitudes radicales de su parte, llegando a intervenir de manera impredecible y asfixiante en los primeros pasos profesionales de sus hijas e incluso en el trabajo de los entrenadores que supo conseguir para ellas, Paul Cohen (Tony Goldwyn) y Rick Macci (Jon Bernthal).
El debut comercial como director de Reinaldo Marcus Green (en el que, además de Smith, resultan productoras las mismísimas Venus y Serena) recorre ese aspecto de la familia y, más allá de funcionar como un homenaje a la figura de Richard, sirve como excusa para que Will Smith sea objeto de halagos y potenciales nominaciones. La interpretación del recordado Príncipe de Bel Air contiene todos los rasgos demandados para las consideradas grandes actuaciones (aquellas que cuanto menos discretas, mejor) tanto por el público como la Academia, que van desde una complexión física efectista a un sinfín de escenas que le permiten ser el centro sobre cualquier otra cosa. Es así que durante las algo extensas -e innecesarias- dos horas y media de duración, Richard Williams es introducido como víctima de su contexto actual y pasado, para luego pasar a ser un entrañable manipulador que logra sus objetivos a través del carisma o la temeridad (porque cuantas más facetas incluya un personaje, mejor). Y claro, el protagonista debe ser adorable no solo cuando es virtuoso sino también cuando parece estar lejos de serlo.
Ello no significa que el guion de Zach Baylin no busque apartarse de una conceptualización ideal de la figura paterna, similar a la que el mismo Smith interpretó en la recordada En busca de la felicidad (2007). Es por ello que le atribuye al patriarca Williams rasgos que no siempre generan empatía (por ejemplo, todas las discusiones que mantiene con su esposa, Brandi, lo dejan en una incuestionable posición equivocada), pero que, inmediatamente deben ser desplazados para dar paso al Rey Richard, ese padre incansablemente obstinado que hará lo posible porque sus hijas triunfen, sean humildes y se mantengan alejadas de cualquier vicio propio de la fama prematura.
Desde ya, el regreso de Will Smith a la pantalla grande es una propuesta dinámica, compuesta de un gran reparto secundario y una ejecución que logra un equilibrio en todas sus búsquedas, amén de que a veces también sea víctima de ellas. Porque la idea es que nadie tenga muchas chances de pensar “esto no se qué tan bien está”. Amar a Rey Richard y, por consiguiente, al bueno de Smith, es el primer mandamiento.