Transitar el camino de las biopics es una tarea sinuosa que ocasionalmente fluctúa entre complacer al espectador con un relato tamizado y con escasos momentos de osadía, y quebrar las expectativas de cómo debe ser retratada una determinada figura o acontecimiento. En el medio, claro, están los grises, y Rey Richard: una familia ganadora, la película de Reinaldo Marcus Green, sabe bien cómo dominarlos. Ni demasiado tibio ni excesivamente controversial, el largometraje centrado en Richard Williams, padre de las tenistas Venus y Serena, se mueve en un género que presenta infinidad de opciones y tentaciones, sobre todo cuando en la producción está involucrada la familia, lo que podría haberle jugado en contra al cineasta. Por el contrario, Green toma los claroscuros de Richard como arma para reconstruir la historia de un hombre imperfecto, y eso salva al film, entre otras acertadas decisiones, de ser incluido en la extensa lista de biopics melosas, episódicas, de estructuras inamovibles.
Will Smith interpreta a Richard Williams con el carisma que lo caracteriza, pero tiene en claro en qué momentos correrse de ese lugar cómodo para transmitir las dualidades de un hombre que sabía que sus hijas tenían el camino del éxito marcado, pero que al mismo tiempo no quería privarlas de una adolescencia normal ni someterlas a presiones que atentaran contra su estabilidad física y mental. Smith, quien ya está siendo considerado como gran candidato para ganar el Oscar en 2022, comandó otra de las denominadas “películas de superación” como lo fue En busca de la felicidad, y aquí ingresa a un terreno similar pero le aporta otra tesitura a su interpretación. En sintonía con el abordaje de Green y del guion de Zach Bailyn, el actor no pretende componer a Williams desde la mímesis. Desde esa postura parte el film entero y lo hace a través de interrogantes que no tienen respuestas unívocas.
¿Quién es Richard Williams? ¿Hasta qué punto estaba ayudando a sus hijas y no decidiendo por ellas? ¿Qué otra vida tenía por fuera de esa casa en el Compton de los 80 donde no parecía haber salida? La biopic navega esas inquietudes a través de la mirada de quienes lo rodean. De esta forma notamos que su esposa Oracene (una excelente Aunjanue Ellis, una intérprete verdaderamente camaleónica) desaprueba ciertas decisiones que Richard toma para Venus y Serena, y que ese hombre que entrena a sus hijas en una cancha derruida (y circundada por pandillas) es también un egoísta que nunca se detiene a escuchar lo que ellas tienen para decir. Cuanto más indaga Rey Richard en las minucias de ese padre obstinado que no pretende agradar (en muchas secuencias se deja al descubierto su arrogancia ante la opinión de expertos y de su propia familia), mejor funcionan los diálogos con ribetes inspiradores que, en un largometraje menos ecuánime, hubiesen trastabillado.
Otro aspecto admirable de la película es que, incluso desde su approach más clásico, también sabe cómo traducir visualmente la fuerza con la que Venus y Serena se mueven en la cancha, condición sine qua non para una biopic deportiva que muestra la historia de origen de dos leyendas del tenis. Con un gran trabajo de montaje de Pamela Martin (quien ya había demostrado su talento en El ganador de David O. Russell, sobre la vida del boxeador norteamericano Micky Ward) y la astucia de Green para filmar de manera atractiva cada partido, Rey Richard sale airosa de la recreación de partidos cruciales para las hermanas, especialmente el último. En esa puja decisiva se destaca la interpretación de Saniyya Sidney como Venus, quien en un tramo del relato toma la delantera, la forma simbólica que elige el film para reflejar el pase de batuta de ella hacia Serena, vínculo inquebrantable que termina convirtiéndose en el corazón de la narrativa.
Rey Richard también pone la lupa en los grandes negocios que se gestan en el seno del deporte, pero no a través de la demonización de los representantes de jugadores ni de los esponsors. Por el contrario, se opta por mostrar la reacción genuina de Richard Williams ante las ofertas que caen a los pies de sus hijas, que responde a su naturaleza obsesiva y a esa mente clara que fue guiando a las jóvenes a los lugares correctos. Si bien en una secuencia se hace hincapié en la deshumanización de dos agentes que dialogan con Richard con una condescendencia estrechamente vinculada al racismo -el contexto es clave para el film, que solo necesita de dos o tres escenas para situarnos en la realidad social en la que se encontraba la familia Williams-, la biopic tampoco se vuelca al cinismo. Como el propio Richard, tiene una mirada clara, es conmovedora en varias secuencias y más clínica en otras, y es en ese equilibrio donde reside su grandeza.