Ricardo Bär tiene dos protagonistas: el joven que le da el título a la película, y el rodaje de la película en sí mismo. Por un lado, en un registro documental, se muestra a Ricardo en un momento decisivo de su vida: debe decidir si acepta una beca para estudiar teología en Buenos Aires, como un paso más en su camino hacia su objetivo de convertirse en pastor bautista. Por el otro, se cuentan las reacciones que tiene la comunidad de Colonia Aurora (Misiones) ante la presencia de las cámaras y el equipo de filmación.
Las dos situaciones están imbricadas y son indivisibles: a medida de que se va mostrando la cotidianidad de Ricardo, también van apareciendo las barreras para filmarla. No vemos estos obstáculos, sino que son relatados por las voces en off de los directores, la alemana Nele Wohlatz y Gerardo Naumann -de familia alemana-, que cuentan en primera persona las objeciones que la pequeña comunidad les va presentando. De hecho, la propia beca, que se termina transformando en el conflicto central de la película, fue gestionada por ellos para poder seguir filmando.
Wohlatz y Naumann se interesaron en retratar este lugar de la Mesopotamia argentina porque está poblado por descendientes de alemanes que mantienen algunas costumbres europeas -como entonar cánticos religiosos en alemán- dentro de un modo de vida misionero que incluye, por su cercanía con la frontera con Brasil, hablar en portuñol. Por azar ligieron a Ricardo como protagonista.
El problema es que no logran contagiar ese interés personal que les despertó la zona y el personaje. Ni la vida cotidiana de Ricardo -su trabajo en la chacra, su relación con su familia, sus estudios religiosos- ni los accidentes que debe enfrentar el equipo cinematográfico tienen un peso dramático que justifique la película. No alcanzan la curiosidad o la gracia que provocan algunas escenas aisladas -muchas de ellas son dramatizaciones-, ni que se ponga en cuestión el siempre complejo vínculo del documentalista con el sujeto documentado: el tedio termina imponiéndose.