Así como en su momento de mayor gloria la guionista Diablo Cody contó, para beneplácito de todos, con la actuación de Ellen Page, para encarnar a Juno, esa triste niña embarazada que daría en adopción a su hijo, en el filme “La joven vida de Juno” (2007), ahora es Meryl Streep la que intenta sacar a flote a esta producción, nada menos. Pero es una tarea ciclópea hasta para ella. (Suena la música que hizo famoso a Lalo Schifrin).
Claro que nada está por descubrir, la varias veces ganadora del premio de la academia de Hollywood ha demostrado que puede encarnar cualquier personaje de manera extraordinaria, sea una feroz madre, o una amante sin concesiones, hasta podría hacer de rapero negro con ascendencia japonesa y sería creíble.
En este caso se pone en la piel de una sexagenaria guitarrista de Rock, imagen misma del fracaso, quien ha abandonado a su familia para alcanzar un sueño que nunca se cumplió.
En este rubro aparece muy bien acompañada por su hija en la vida real, Mamie Gummer, quien personifica a su hija abandonada.
Asimismo aparece como el ex marido, Kevin Kline, ahora casado en segundas nupcias, tan desperdiciado como el resto de los actores y la sapiencia de Jonathan Demme como narrador de historias.
Todo es demasiado de formula, un gran catalogo de lugares comunes mal construido, pero al mismo tiempo injustificado, por lo que termina casi resultando inverosímil todo el relato.
Lo que dispara la pregunta por la génesis. ¿Esta mujer pudo ser alguna vez madre de esos jóvenes, o esposa de ese hombre rayano en los convencionalismos a ultranza?
Ricky, tal su nombre artístico, recibe la llamada de Pete, su ex marido, que le pide venga a socorrer a Julie (Mamie Gummer), la hija de ambos, quien se acaba de separar y esta desconsolada. ¿Qué?
Hace años que esta mujer desapareció de sus vidas. Lo que sea.
No es que nos enfrenten a la reconstrucción de una historia en pasado por ausencia, sino que a partir de la muy mala construcción de los personajes lo que se denota es la ausencia total de intuiciones para realizarlo. Tal como ocurría con la nombrada “Juno”, sólo que en esa ocasión el tema era más movilizante y/o perturbador.
Lo mejor del filme podrían encuadrarse en los números musicales, de manera aislada, las canciones digamos, el movimiento de los músicos arriba del escenario, no en la utilización de los mismos, ya que si faltaba la cereza del postre es el número final y la justificación del mismo como escena empática sobre familia que podría reconciliarse.
Antes, nos bombardearon con otros lugares políticamente correctos de la actualidad, la presentación de un hijo que se va a casar y el otro, “el” menor homosexual. ¡Too much!